Los acontecimientos de Honduras siguen una pauta más o menos prevista. Previsto estaba que el ultimátum de la Organización de Estados Americanos (OEA) no iba a servir de nada sino únicamente para poner abrupto fin a las actividades diplomáticas destinadas a encontrar una solución al golpe de Estado en contra del señor Zelaya. Como medidas diplomáticas los ultimata dejan algo que desear porque, en realidad, cierran la puerta a cualquier otra propuesta en ese terreno.
Ahora sólo queda pasar a las etapas siguientes, esto es, la imposición de sanciones y, en último lugar, la intervención directa. Ninguna de las dos se presenta fácil. Las sanciones tardan en ser eficaces y, cuando lo son, golpean a los sectores más desfavorecidos. La intervención directa sólo podría hacerse en el marco de la ONU y requiere un tiempo considerable de preparación que quizá sobrepase el que resta hasta las próximas elecciones hondureñas convocadas para el mes de noviembre.
Entre tanto, por lo demás, dos propósitos en campos enfrentados pueden hacer que la crisis tome un giro inesperado que, en definitiva, fuerce esa intervención exterior que en el fondo nadie quiere. Uno es el propósito reiterado del presidente Zelaya de presentarse hoy en Honduras acompañado de otros mandatarios a recuperar el poder que le fue arrebatado por la fuerza. No hay duda de que esta decisión muestra coraje pero está por ver que sea eficaz. Las autoridades de facto no tienen otra salida que proceder a la detención del señor Zelaya y expulsar del país a los presidentes que lo acompañen. Con Zelaya en la cárcel el movimiento en su favor puede recrudecerse y no es descartable que dé comienzo un conflicto armado, financiado y alimentado, probablemente, por Cuba y Venezuela.
El otro propósito es el manifestado por la Conferencia Episcopal hondureña de situarse frente a las pretensiones del señor Zelaya. Al margen del valor moral que este pronunciamiento de la jerarquía católica pueda tener no debe echarse en saco roto la importancia que tiene respecto a las perspectivas reales de aquel de conseguir su restablecimiento en el poder. Si la Iglesia ha tardado una semana en dar a conocer su posición y si, al final ésta es la que es no debemos albergar duda alguna de que, habiendo calibrado las fuerzas relativas en presencia, la Iglesia se habrá decantado por la que juzga vencedora: la de las autoridades de facto.
Mucho me temo que la de Honduras va a ser la canción del verano y eso si no se arbitra una intervención armada exterior a toda prisa para evitar la deriva del país hacia un cruento conflicto civil de los que todo el mundo daba por superados en la zona.
(La imagen es una foto de giggey, bajo licencia de Creative Commons).