Todo cuanto tiene que ver con este melifluo personaje, Camps, parece de teatro del absurdo. El presidente calvo, en lugar de La cantante calva. "Por supuesto que me pago mis trajes" aseveraba hace unas semanas con su voz de falsete en Madrid. "Todo esto acabará pronto", decía en Valencia días después en una festividad, compungido y con gesto resignado, como un San Esteban a punto de lapidación, "y, si Dios quiere, acabará bien". Parece que Dios tiene cosas más importantes que hacer que velar por quienes se visten por el morro en su santo nombre. Así que la policía ha acabado aportando pruebas más que de sobra de cómo a Camps le pagó los trajes la trama corrupta. Falta saber si el juez las dará por buenas. Si lo hace y demuestran en efecto la culpabilidad del señor Camps esté habrá quedado no solamente como un corrupto que acepta cohechos sino como un embustero sin límites. Él y la cuadrilla de mangantes que hayan aceptado las dádivas de los beneficiarios de adjudicaciones fraudulentas.
Lo que la instrucción del juez Flors está poniendo al descubierto, caso de comprobarse después en la correspondiente vista oral que promete ser un espectáculo, es una tupida red de sinvergüenzas, algunos cargos del PP y otros en los aledaños, pero todos llenándose los bolsillos con dineros estafados a los contribuyentes.
Alguien me decía el otro día que le daba pena el señor Rajoy por la que se le viene encima con Camps y Bárcenas. A mí no me da ninguna. Su táctica convencionalmente gallega de dejar que el tiempo cure las heridas está revelándose muy desafortunada porque lo único que está haciendo el tiempo es exponerlas a la luz del sol con sus purulencias. Si el señor Camps y resto del camerino hubieran dimitido a tiempo, las revelaciones de sus presuntos sórdidos tejemanejes, no hubieran alcanzado los cuatro rincones de la tierra en cada uno de los cuales la gente se pregunta maravillada cómo se puede mantener en un cargo público a este Beau Brummel de chicha y nabo. Según se dice, el señor Rajoy está pagando el favor que le hizo el señor Camps al apoyarlo para la presidencia del PP. A estas alturas ese apoyo está ya amortizado y toda tardanza en exigir al señor Camps la dimisión será suicida.
Pero quien debe extraer las consecuencias pertinentes es el electorado valenciano que no hace muchas fechas votaba abrumadoramente a favor del señor Camps y del señor Fabra, el que ponía a su vez la mano en el fuego por su jefe y también apoyado por el señor Rajoy que lo considera un "ciudadano ejemplar" a pesar de que (o quizá precisamente por eso) se le imputan varios delitos. El electorado de derechas, lo hemos comprobado, tiene amplias tragaderas, pero convendrá que recapacite sobre el sentido de elevar a los cargos públicos a personas en trámites procesales, acusadas de diversas faltas y delitos. La verdad, mear hacia el cielo ha sido siempre bastante estúpido.
(La imagen es una foto de Chesi - Fotos CC, bajo licencia de Creative Commons).