Make my day, "alégrame el día" era lo que decía Harry "el sucio" antes de abrir la sesera con su Smith and Wesson "magnum" a un par de delincuentes en los años bravos de Clint Eastwood. Tiempos pasados: en Gran Torino, que acaba de estrenarse, hay momentos que recuerdan aquellos intentos de presentarnos el carácter catártico y hasta orgiástico de la violencia cuando se supone que está al servicio del bien. Pero, ¡ay! los años no pasan en balde y alguna de estas escenas que quiere ser épica más parece un remedo de Crocodile Dundee.
Es lo que pasa con estos actores legendarios y exitosos que, al final, los papeles que interpretan se limitan a reproducir su paso por la vida: sucedió con John Wayne, el admirado Duke, con Burt Lancaster o Marlon Brando; está pasando con Sean Connery y con Clint Eastwood quien empezó siendo "el bueno" en los Spaghetti westerns de Sergio Leone, siguió siendo "el sucio" en el de Don Siegel y termina siendo "el decrépito cascarrabias" en sus propios filmes. Pero la norma es siempre la misma: las pelis están hechas para su lucimiento personal. Ésta también.
Hay otro punto en el que coincide con sus antecesores: sus historias, en el ocaso de la vida, son duras, amargas, pero el bien impoluto sigue triunfando sobre un fondo de sano patriotismo. True Grit, como con Wayne.
Un veterano de la guerra de Corea que en su vida civil ha pasado cincuenta años trabajando para la Ford, lo que le permite poseer una bonita casa con un pedazo de cesped en una comunidad suburbial de alguna parte Michigan, se encuentra con que el vecindario está llenándose de asiáticos que para él son todos chinos. Acaba de morir su esposa, sus dos hijos, con hijos a su vez, son un par de cretinos y acaba de llegar un curita joven al barrio que se empeña en atraer al agrio viejo al redil. En un conflicto entre pandilleros asiáticos, Walt Kovalsky (que es descendiente de polacos) experimenta una serie de contradicciones entre sus tendencias racistas, su sentido del deber, su natural (en el fondo) benévolo, su soledad y su reconciliación con su pasado que lo llevarán a adoptar una decisión heroica en un contexto de restitución de los valores estadounidenses de solidaridad, generosidad, patriotismo y defensa de la causa de la justicia. La historia de siempre más o menos al día de hoy.
La interpretación de Eastwood está un poco sobrecargada pero es muy notable y, como director, es brillante.
El nombre de Gran Torino hace referencia a un fabuloso modelo de la Ford de los años setenta, verdadero protagonista silencioso de este drama.