Esta última novela de Paul Auster (Un hombre en la oscuridad, Anagrama, Barcelona, 2008, 207 págs.) está hecha con los mimbres habituales en la literatura del autor: una historia en el límite de la verosimilitud o abiertamente inverosímil habitada por personajes con problemas de identidad, pérdida de memoria, carentes de referencias o que viven experiencias en las que lo onírico y lo real se mezclan en proporciones variadas. Historias entre lo fantástico y lo real.
En esta ocasión nos encontramos con un personaje, Owen Brick, un mago de medios pelos que se hace llamar Gran Zavello y que, sin saber cómo, se encuentra de pronto vestido de militar, en concreto de cabo, en el fondo de un profundo pozo del que solamente consigue salir con ayuda de otro militar, un sargento que parece conocerlo y le comunica las órdenes que tiene, consistentes en ir a matar a un individuo que es el culpable de que los Estados Unidos estén en este momento en una terrible guerra civil producida por el intento de secesión del Estado de Nueva York al que se le suman otros Estados de Nueva Inglaterra de forma que los bandos son de un lado los llamados "federales" y de otro los secesionistas. El hombre culpable de esta guerra lo es porque está pensándola, es decir, estamos asistiendo a unos acontecimientos que alguien está imaginando y todos quienes actúan en ellos, empezando por el protagonista, Owen Brick, no son otra cosa que seres de ficción, personajes de una historia fabulada por alguien.
Ese alguien es August Brill, un crítico literario y cultural que se encuentra postrado en una cama después de un accidente de coche que le ha triturado una pierna y vive con su hija, Miriam y la hija de ésta, su nieta Katya. Miriam está separada de su marido, cosa que lleva muy mal, y vive concentrada en una biografía de la hija Nathaniel Hawthorne, Rose, que se convirtió al catolicismo y fundó una orden religiosa de beneficencia. A su vez Katya también se encuentra temporalmente acogida en la casa tras haber pasado por la traumática experiencia de la muerte de su marido. En las noches de insomnio August Brill también repasa su pasado y su convivencia con su mujer, Sonia, con quien estuvo casado toda su vida excepto nueve años en que se divorciaron y él se fue a vivir con una mujer más joven que él que por fin lo abandonaría por un pintor alemán.
Así se entretejen los dos relatos: el de Owen Brick en tercera persona y el de August Brill en primera y van discurriendo en paralelo. En la de Brick hay muchos elementos cinematográficos -tengo idea de que Auster también ha dirigido alguna película- con escenarios como de Mad Max o Blade Runner y tiene un elemento de ucronía, con algo que recuerda el expediente del héroe que despierta en un tiempo que no es el suyo y que ya aparece en la Leyenda de los siete durmientes de Éfeso y se popularizaría mucho en el siglo XIX con obras como Un yankee de Connecticut en la corte del Rey Arturo, Rip van Winkle o El hombre de la oreja rota. La de Brill es en cambio una historia realista organizada básicamente en torno a problemas de pareja y de convivencia, casi una historia cotidiana en la que todos los elementos, incluso los más tremendistas y macabros, que los hay, encajan en la experiencia ordinaria de cualquier lector.
Finalmente la historia de Brick, que se niega a cumplir la orden que se le ha dado, llega a un extremo en que no puede seguir y se decide de forma expeditiva. Porque, de otro modo, ¿cómo resolvería el autor la situación en la que el personaje fabulado por Brill realmente lo matara? Sería un indecible literario, incluso para las habilidades narrativas de Auster. Hay pues un punto en que el trenzado de las dos relatos se deshace. El último tercio del libro es ya la historia real de August Brill, que está reinterpretando su pasado con ayuda de su nieta Katya así como sus relaciones con ella y con su hija Miriam.
El punto que unifica las dos historias y el que se utiliza como pretexto para poner en marcha la de Brick es Virginia Blaines, el primer amor de Brill y que también lo es de su personaje en una típica proyección que hace sobre él y por la que estamos seguros de que Brick es una creación y, por tanto, un alter ego de Brill. Mediante la proyección éste finalmente y aunque sea en la fantasía alcanza a dar cumplimiento a su viejo deseo de adolescente que se le había quedado enquistado, de acostarse con su primer amor. Y es una prueba de la consumada pericia narrativa de Auster que, haciéndonos olvidar que la presencia de Blaines en el relato es tan obra suya como la de Brick, la muchacha afirme tener sus mismos deseos como si durante todos aquellos años los hubiera estado alimentando en silencio como él.
La elegancia y sencillez de la trama y su literaria complicación a través de la articulación de dos relatos, un relato y un metarrelato, dan a esta novela un ritmo sorprendente, ayudado también por un depurado estilo narrativo de una enorme economía de medios y una forma clásica de exposición. Los diálogos también son muy buenos, muy ágiles e ingeniosos. Una novela que prueba gran capacidad de artificio y singular maestría en el autor.
Por último el título de esta entrada reproduce un supuesto verso de un poema de Rose Hawthorne. Ignoraba que la hija de Nathaniel Hawthorne, antes de emprender el camino de la santidad, hubiera intentado dedicarse a la literatura, como sí hizo su hermano Julian, y hasta es posible, por todo lo que sé, que se trate de una invención de Auster. Pero el verso es sin duda bonito si bien está claro que no sonará igual en español que en inglés. Yo hubiera dejado también la versión inglesa que, al no conocerla, sólo puedo imaginar.