La frontera cerrada.
(Viene de una entrada anterior de Caminar sin rumbo (XXXII), titulada La tormenta.
Después de desayunar, habiendo remitido algo el temporal, mientras visitábamos los comercios de la Avenida de la Duquesa Victoria a fin de aprovisionar a Eugenio de lo imprescindible para mudarse un par de días percibimos una extraña efervescencia en la ciudad. Había corros de curiosos que se guarecían como podían del temporal mientras charlaban animadamente y una presencia notoria de policía nacional por las calles. Fue así como nos enteramos de que por la noche se habían dado varios intentos de cruzar en masa y al asalto por diversos puntos la valla metálica que aísla la ciudad de Marruecos. Al parecer había intervenido la fuerza pública a ambos lados de la frontera para rechazar a los asaltantes, varios cientos de africanos negros, de los que llaman en España subsaharianos. Según se decía hubo refriegas, disparos, con resultado de algún muerto y los puestos fronterizos cerrados. Volvimos al parador y propuse a Eugenio que nos acercáramos al puesto de la carretera de Farhana, para ver cómo estaban las cosas. La Guardia Civil había bloqueado el acceso antes de la frontera y no nos dejó pasar. El número que nos salió al paso no quiso o no pudo darnos explicaciones pero sí nos confirmó que la frontera estaba cerrada hasta nueva orden. Dimos media vuelta, de regreso al centro y pudimos ver grupos de musulmanes por el camino que también parecían alterados y como a la expectativa. Había bastante tensión y Eugenio parecía estar pasándolo en grande. Se paró a hablar con la gente en un par de ellos pero sólo obtuvo noticias más y más confusas. Pensé por mi parte que si el cierre de la frontera se prolongaba algunos días, la ciudad estaría bloqueada por entero. Aislada de la Península por el temporal y cortadas las comunicaciones con Marruecos a lo mejor tenía que cambiar de planes y renunciar a mi proyecto inicial.
Tenía y tengo algunos amigos en Melilla y decidí llamar a uno de ellos, un militar, presidente de una Asociación Cultural Melillense que era muy activa y que me había invitado en alguna ocasion a participar en actividades de debate y algún ciclo conmemorativo. El comandante Heriberto Lobo estaba en su despacho de la Asociación, ubicado en el Círculo Cultural de la ciudad y nos dijo que fuéramos a visitarlo al final de la mañana. Hicimos tiempo tratando de enterarnos de qué pudiera haber sucedido, mientras seguían pasando dotaciones de la policía, alguna ambulancia y coches de bomberos. El Telegrama de Melilla había hecho una tirada especial en la que se daba cuenta de los sucesos de la noche. Al parecer, hasta tres grupos de un par de cientos de africanos cada uno habían tratado de asaltar la verja armados con piedras y palos por tres puntos distintos al amparo de la tromba de agua. Probablemente era una acción concertada. Hubo enfrentamientos con la policía y la guardía civil de nuestro lado y con la policía marroquí del otro, disparos, dos muertos de momento y varias docenas de heridos, entre ellos un par de agentes españoles y algunos gendarmes, sin que se supiera cuántos. Encontramos un café con wi-fi y recogimos los últimos datos en la red que confirmaban las informaciones de El Telegrama y precisaban que la situación era complicada, no se descontaban nuevos asaltos la próxima noche ya que la valla había quedado dañada y, desde luego, la frontera estaba cerrada. El temporal comenzaba a aflojar pero no había servicio de ferry ni vuelos a la Península. Un bloqueo completo.
- ¿Ves? Esta ciudad es muy peculiar. Puedes tomarla como un enclave ejemplar para poner en marcha la llamada "alianza de las civilizaciones". La mitad de la población es musulmana y la otra mitad, cristiana. Una situación muy desequilibrada.
- ¿Por qué? Si hay mitad y mitad...
- Sí, pero ya sabes que los cristianos son mucho menos cristianos que los musulmanes musulmanes.
Al parecer no se le había ocurrido pero aseguró que la ciudad molaba un pegotón y que no se arrepentía de haber venido.
- Luego, si quieres, vamos a visitar la ciudadela, que tiene una fortaleza del siglo XVI ampliada y reforzada en los posteriores y seguro que te gustará.
Heriberto Lobo nos recibió a la hora convenida en pleno esplendor de sus funciones como el gran pope de la vida cultural ciudadana. Años atrás habíase hecho cargo de un Círculo Cultural Castrense, lo había rebautizado dejando caer el "castrense" y abriéndolo a la sociedad civil, se las ingenió para conseguir el apoyo económico de la Ciudad Autónoma que era el ente en que se había trasmutado el antiguo Ayuntamiento cuando la ola autonómica llegó a la plaza y ahora presidía una institución que pesaba mucho en la vida ciudadana. Era un hombre enteco, adusto, cetrino que, a pesar de su condición, casi nunca vestía de uniforme y gastaba unos trajes oscuros que combinaba con corbatas chillonas, como si quisiera contrastar con el aspecto algo sombrío de su semblante. Había estudiado Filosofía, tenía una genuina pasión por la cultura y, en el fondo, detestaba al ejército, si bien estaba embebido en un espíritu de disciplina y sentido del deber particularmente militares. Tenía una mirada escrutadora, era parco de expresión, muy observador y gastaba un sombrío sentido del humor que a veces no era bien entendido. Yo había trabado amistad con él a raíz de una invitación suya a dar una conferencia en un ciclo sobre el Mediterráneo. Me dijo que había leído un artículo mío sobre el asunto y que eso lo movió a invitarme. Congeniamos en aquella ocasión, la invitación se había repetido tres o cuatro veces más con diversos motivos pues siempre se daba alguno por mor de la gran actividad que desplegaba el círculo y acabamos intimando en el trato con una bienquerencia mutua que ahora se manifestaba de nuevo.
Le presenté a Eugenio, explicándole que era el hijo de un amigo pero sospecho que por su cabeza debió de pasar la idea de que Eugenio y yo pudiéramos tener algún otro tipo de relación, más íntima. Seguramente lo imaginó porque le hubiera gustado que fuera así sólo para dar pruebas de su talante avanzado y abierto. Saludó a mi acompañante y me preguntó cómo diablos se me pudo ocurrir venir a la ciudad en mitad de un temporal y con lo que estaba sucediendo en la frontera. Le expliqué que era una desgraciada coincidencia. Mi intención original, aunque tampoco muy firme, había sido pernoctar si acaso en la plaza y continuar luego viaje por Marruecos. Pero parecía que el destino estaba empeñado en torcer mis designios. En primer lugar se me había sumado Eugenio.
- Que aunque no te lo creas no estaba previsto inicialmente.- Aquí esbozó una sonrisa, como dándome a entender que no eran necesarias las explicaciones y que él no me preguntaba nada, lo cual me hizo sentirme incómodo. Heriberto estaba casado con una mujer que por lo menos le sacaba una cuarta y con la que tenía cinco hijos. Le gustaba exhibir convicciones avanzadas en asuntos de costumbres pero en su vida personal se atenía a un modelo moralizante y austero que valoraba la virilidad como superioridad sobre la mujer y un comportamiento caballeresco y jerárquico que contrastaba agudamente con opiniones casi libertarias en lo que no fueran sus asuntos personales y familiares.
Seguí explicándole que la tormenta se había presentado casi de improviso y respecto al conflicto en la frontera, ¿quién podría haberlo imaginado sólo veinticuatro horas antes?
- Pues mira, creo que te vas a divertir. Tenemos en marcha un ciclo sobre el ser de la Nación española que sabes que es tema querido en esta histórica plaza y no tengo la menor intención de interrumpirlo porque además está teniendo mucho éxito y para hoy por la tarde está prevista una conferencia de Augustín del Valle que llegó ayer antes que tú y anda por ahí de visita. Hablará sobre el Futuro de la Nación española. Si te interesa, bueno, si os interesa, estáis invitados. ¿Conoces a Del Valle?
- Personalmente no. Lo conozco de oídas y he leído algunas cosas suyas. La verdad, no soy muy aficionado a esos izquierdistas que se ha pasado a la derecha con grandes fuegos de artificio
Efectivamente Agustín del Valle era un publicista que había destacado en los primeros momentos de la transición española por un izquierdismo extremo más radical que el del Partido Comunista. Era ensayista, hombre polivalente, crítico músical, guionista de televisión. Había publicado un par de libros de bastante éxito, un ensayo sobre la literatura del exilio y otro sobre la idea de España a comienzos del tercer milenio. En un momento dado que no sabría determinar, siendo ya conocido, abandonó sus ideas políticas, convirtiéndose en uno de los más característicos representantes de una derecha resurrecta. En sus columnas en los periódicos, frecuentes tertulias en la radio y algunos programas de televisión atacaba ahora con saña lo que antes defendía con fanatismo. Tenía muchos seguidores y bastantes detractores. Eugenio dijo que también lo conocía y los dos prometimos asitir a la conferencia por la tarde, si se mantenía.
- ¿Te refieres a lo de la frontera? No tendrá mayor importancia, ya lo verás. Los peninsulares creéis que esto es un polvorín a punto de estallar en cualquier momento. Pero nunca pasa nada. Lo de anoche es lo habitual. Quizá haya habido algo más de violencia, lo que es lamentable pero, por lo demás, es el pan nuestro de cada día.
- Sí pero aquí hay dos muertos -interrumpió Eugenio y me sentí en la obligación de apoyarlo pero sólo pude decir como eco suyo:
- Dos muertos; ¿que vas a hacer?
- ¿Yo? Nada por supuesto. Ya se ocupan otros. Y si, cada vez que hay un conflicto en la frontera, suspendiéramos actos, aquí no se movería nada.
Después de la conferencia estaba prevista una cena a la que asistirían autoridades como el presidente de la Ciudad Autónoma o el delegado del Gobierno. Estábamos invitados. Salió de estampida porque dijo que tenía un almuerzo apalabrado al que ya llegaba tarde y si queríamos que nos recogiera en algún punto. La dije que no, que haríamos nuestra vida, pero iríamos a la conferencia. Tenía curiosidad por escuchar lo que venía a decir Del Valle quien, cuya evolución de la izquierda casi hasta la extrema derecha se había hecho precisamente a cuenta del patriotismo español.
Siempre he pensado que el llamativo resurgir del nacionalismo hispánico debe mucho a las actividades de los nacionalistas llamados periféricos hostiles a aquel. Sé de mucha gente, amigos, conocidos, que se pasó media vida predicando el cosmopolitismo e internacionalismo de la izquierda, seguramente como reacción al estomagante hipernacionalismo heredado de Franco y que pareciera haber sufrido una especie de trasmutación genética, convertida de pronto en patriota a machamartillo. Se lo comenté a Eugenio tomando unos bocadillos en el bar del Círculo Cultural, antes de seguir nuestro camino con ánimo de visitar el pueblo viejo y la zona fortificada.
- El nacionalismo de Franco era vomitivo y como reacción dio las generaciones más antinacionalistas que quepa imaginar. Además, era de pacotilla. Había vendido su sagrada patria, la soberanía nacional bla bla bla a los estadounidenses por un poco de reconocimiento internacional, algo de calderilla y un par de viejos navíos de la segunda guerra, pero cuanto más vendepatrias, más patriotero, y era insufrible.
Eugenio masticaba un bocadillo de lomo, pensativo, como si sólo estuviera escuchándome a medias. Alcancé a oírle comentar con cierta desgana como si aquellos afanes le resultaran exóticos:
- Esa bronca de los nacionalismos en España aburre a las ovejas, tío. Es que yo paso, de verdad.
- Sí, es aburrido, pero es lo que hay. Y si queremos vivir aquí, hay que sobrellevarlo. Pues esos antifranquistas que eran antinacionalistas por estar contra Franco se han hecho todos ahora nacionalistas españoles, como reacción a los nacionalismos vasco, catalán... O sea, que se hace verdad el viejo dicho del doctor Johnson de que el nacionalismo es el último refugio de un canalla.
- Eso mismo dice mi padre. Os parecéis mucho. Pero yo creo que no os coscáis una mierda de lo que pasa.
- ¿No?
- No.
- ¿Qué pasa?
Eugenio se volvió hacia mí como para dar mayor empaque a sus palabras y como con cierto cansancio, como si supera de antemano que su explicación no serviría de nada pero, en lugar de hablar del nacionalismo dijo:
- ¿No íbamos a visitar no sé qué fuertes?
Mientras el coche subía por las empinadas callejas del pueblo viejo volví sobre el asunto. Me había quedado la curiosidad de averiguar cuál podía ser la original opinión de Eugenio sobre un asunto del que yo creía que no podía tener ni la décima parte de idea que su padre o yo. Tardó en decidirse a hablar y sólo lo hizo cuando, al ver que arreciaba inopinadamente la lluvía, renunciamos a nuestro paseo por el segundo recinto fortificado y nos refugiamos en el museo municipal en el que se conservan muy interesantes piezas arqueológicas de origen púnico y romano.
- Es muy sencillo. Todo los conversos neonacionalistas españoles y vosotros también, no creáis, tenéis complejo de excedente de cupo.
- Pero ¿tú sabes qué es eso? -pregunté con sorpresa-. Si no has hecho el servicio militar.
- Bueno, a lo mejor no es una expresión muy adecuada. Te cuento lo que quiero decir: dábais por supuesto que la finca era vuestra. Os permitíais el lujo de criticar al franquismo por su visión de la nación española pero, en el fondo, coincidíais en que había tal nación y tenía para tooooooodos la misma dimensión. Os jodía lo de "una, grande, libre" pero, en el fondo, pensábais lo mismo. Las diferencias eran de matiz. Nacionalismo fascista, nacionalismo liberal, tanto da.
- Pero, hombre, ¿cómo va a dar igual?
Se plantó ante un ánfora de la antigua Russadir, la contempló en silencio y dijo:
- Sí, sí, tanto da. Franco os quitaba de encima la molesta tarea de ser nacionalistas agresivos que es la única forma de ser nacionalista, por cierto. Y vivíais como Dios. Hasta que llegaron los otros con sus nacionalismos y de pronto os distéis cuenta de que querían separarse de verdad y llevarse con ellos un trozo de vuestra nación y eso sí que os jode.
Como le dije que no le entendía, aunque no era del todo sincero porque sí creía intuir lo que decía y, en efecto, me daba cuenta de que me fastidiaba, lo aclaró:
- Muy sencillo. Estáis en vuestra casa. Decís en ella lo que os parece. Habláis pestes del casero, de lo que sea. Pero es vuestra casa. Estáis a gusto. De pronto llegan unos y os dicen que parte de vuestra casa no es vuestra casa, que estáis de okupas y que os abráis que no tenéis derecho a estar allí. Todos esos amigos tuyos convertidos al nacionalismo español están indignados porque otros quieren despojarlos de lo que creen que es suyo. Peroi no suyo como algo que has comprado y te pertenece pero que no eres tú mismo... A ver si me explico: algo que véis como vuestro, como inherentemente vuestro, no como algo que tenéis, sino como algo que sois. Es como os quisieran quitar una libra de vuestra carne, como quería hacer Shylock con Antonio,. ¡Os quieren trocear la Patria! -Aquí engoló la voz y, reconociendo que tenía razón, no me quedó más remedio que reír- ¡Quieren dejaros sin nación! ¡Dios mío! ¡Quieren desnacionalizaros, dejaron en el aire, colgando de un sueño! ¡A vuestros años! Es natural que algunos muerdan.
Seguí riendo un buen rato y le confesé que tenía razón. Lo de "excedente de cupo" no era muy acertado pero lo de "okupas" estaba muy bien. Cuando terminamos con el museo, como parecía haber escampado, nos acercamos a la plaza de los aljibes en donde se quedó muy impresionado contemplando los sillares que forman la pared de la entrada. Anduvimos todavía un tiempo, ahora sí, visitando las defensas de segundo recinto y, como se empezaba a echar el tiempo encima, decidimos volver a escuchar a Del Valle a quien, después del discurso de Eugenio, ya imaginaba mordiendo.
(Continuará).
(La imagen es una viñeta de Aubrey Beardsley (1894).