dissabte, 6 de setembre del 2008

El valor de las palabras y la sinceridad del discurso.

A los blogs les ocurre lo que a los periódicos de papel: a veces lo más interesante que hay en ellos son los comentarios de los lectores. Con el añadido a favor de los blogs (como siempre) de que no tiene por qué respetarse límite de espacio alguno. Si antes de ayer un comentario de ximo movió el post del día siguiente, el de hoy trae cuenta de otro muy ponderado y oportuno de un comentarista anónimo.

Tenía éste dos puntos. En el primero decía que no entendía mi empeño en que el Gobierno reconozca que estamos en una crisis y sugería que esta palabra "crisis" es multívoca y que, por lo tanto, da igual que se emplee o no porque hay términos más exactos, respaldados por indicadores numéricos que son los que valen. Es decir, o nos expresamos con la propiedad de las magnitudes, de lo cuantificable, o el empeño en tratar de entenderse en terrenos opinables es baldío. En el segundo hablaba de la economía de mercado. Yo haré lo mismo.

Sucede que las palabras también tienen usos exactos en términos lingüísticos y emplearlas o no con rigor es una decisión política. Como lo es el decir que no existe rigor lingüístico posible y que tanto da hablar de un modo o de otro. No, no da igual. Uno puede emplear bien o mal las palabras como puede emplear bien o mal los indicadores y puede hacerlo por descuido o a propósito e, incluso, a propósito simulando que es por descuido. Se trata de la sinceridad del discurso, de la que hablaré al final.

La palabra "crisis" no es ambigua ni opinable ni multívoca, salvo que uno vaya de mala fe y juegue a que así sea. Pero si uno va de mala fe también son multívocos los indicadores. "Crisis" viene del griego krinein (decidir, juzgar) y se refiere al momento decisivo de un proceso en el que hay que tomar una medida porque, como saben bien los médicos que son quienes la emplean con más propiedad, es la situación en que se decide si un enfermo se salva o muere; es el momento decisivo porque depende de nuestra decisión. Eso es la "crisis", la situación crítica, aquella en la que hay que hacer (o dejar de hacer) algo, demostrar que uno tiene recursos, que vale para algo, que puede ser útil, que los ciudadanos no lo han puesto en donde está por ser un enchufado, amigo del jefe (de esos conozco yo algunos, incluso en este Gobierno), por error de cálculo, ignorancia o dejadez. Por eso no quieren los gobernantes emplear la palabra, porque ello los obliga a tomar decisiones de las que depende el curso de los acontecimientos posteriores. El asunto no es inocente ni baladí, sino que se refiere a la entraña misma de la Política entendida al noble modo aristotélico como aquel quehacer que afecta al conjunto de la polis. Por eso los gobernantes, en este caso estos, los nuestros, prefieren evitar el término y con él el compromiso y acudir a expedientes más cómodos, atribuirse los éxitos y rehuir la responsabilidad por los fracasos del pasado y pintar el futuro de color de rosa, siempre basándose en los indicadores, claro está. El caso es no hablar del presente crítico.

Cuando se trata de procesos, de la realidad en el tiempo, los gobernantes, como todos los seres humanos, sólo pueden hablar de tres cosas: del pasado, del presente y del futuro. El pasado está ahí, a la vista de todos y lo único que cabe hacer con él -y es lo que se hace- es pintarlo de colores, de rosa, de negro, de blanco...se trata de los debates de los historiadores que no son enteramente subjetivos, pero tampoco pueden tener la objetividad con que cuentan los procesos naturales.

El futuro no existe, lo vamos creando en uso de nuestra libertad y una de las más comunes formas de hacerlo es predecirlo como nos dé la gana o nos interese porque, tratándose del de los seres humanos, es incierto. No hay modo de predecir con exactitud el futuro de los hombres. Quienes acuden a indicadores sólo pueden predecir "tendencias" y ello si somos muy caritativos o sea, en el fondo, nada ya que, llegado el momento, esos indicadores son tan de fiar para la tarea predictiva como el vuelo de las aves o las entrañas de los corderos. Y ¿para qué nos empeñamos en esta tarea, esta sí huera, de predecir el futuro? Es obvio, para llevarnos el gato al agua en el presente. Por eso, cuanto más científicos parezcamos, más indicadores pongamos sobre el tapete, más conseguiremos convencer en principio a nuestros coetáneos de que tenemos razón en el presente.

El presente, ese instante que según innumerables filósofos y poetas, no existe porque o bien no ha llegado todavía o ya es pasado, el presente, el momento en que vivimos ahora, el que no existe, el que nos incumbe a todos, el territorio de la política, el del conflicto. Por eso es fundamental no ocultar las cosas, no teñir de rosa el pasado ni el futuro y hacer en el presente lo que hay que hacer y si el presente es crítico, es decir, requiere decisiones, hay que decirlo y no ocultarlo. Por eso es importante que Gobierno de izquierda que, en mi opinión no puede ni debe mentir, diga lo que hay y muestre estar a la altura de lo que dice que hay.

Ya está bien de teorías y vamos al caso práctico que nos ocupa, la cuestión de la economía capitalista ¿Miente o no miente el Gobierno? Estoy de acuerdo con "anónimo" en que vivimos en una economía capitalista y, diré más, me parece muy bien y confío en ella siempre que haya los necesarios mecanismos correctores de carácter intervencionista; no creo en la economía de planificación centralizada como tampoco en la ideal de libre mercado. El rasgo esencial de la economía capitalista es que ésta es bastante autónoma y no cabe responsabilizar a los gobiernos de lo que sucede en ella.

En tal caso, ¿por qué el Gobierno atribuye los éxitos a su política económica y los fracasos a la coyuntura internacional? Qué ingenuidad ¿verdad? Porque eso es lo que hacen todos los gobiernos. Pero éste no es "todos los gobiernos", sino que es un Gobierno de izquierda a quien no estoy dispuesto a admitir que recurra a la demagogia, la trampa y el engaño, como los gobiernos de la derecha; al que no voy a pasar que mienta porque para eso ya está la derecha, al que voy a exigir un comportamiento distinto una voluntad de abordar los problemas con un discurso sincero, no engañoso. Porque, de no ser así ¿cuál es ladiferencia entre la derecha y la izquierda? ¿Que los de izquierda somos más críticos y exigimos más a nuestros gobiernos que los de derechas a los suyos? Por supuesto. Así son las cosas. Los gobiernos de derecha mienten y sus partidarios lo toleran; los de izquierda no pueden mentir, ni siquiera dejar de decir la verdad.

En una situación como la actual, no sólo hay una crisis económica general sino que es especialmente grave en España a causa del abultado déficit por cuenta corriente con perentorias necesidades de financiación hoy agravadas por las restricciones impuestas al crédito. Como quiera que los países del euro no tenemos política propia de tipos de cambio, está claro que el Gobierno tendrá que encontrar una solución ingeniosa a una situación que en principio no la tiene. Y eso es lo que tiene que explicar.

En una situación de crisis hay que decir qué medidas se proponen de solución o, si se es un gobierno de izquierda, reconocer que no se tienen porque el problema lo sobrepasa. Esto es, elaborar un discurso sincero. No hacer como si la situación no fuera crítica, sosteniendo que se trata de una mera alteración en los ritmos habituales para la que basta con medidas ordinarias, dentro de lo previsto. Ese es un discurso embustero, falso y que, además, no conseguirá nada porque la crisis exige decisiones nuevas y contundentes Téngase en cuenta que todavía no hace seis meses no solamente no se reconocía la necesidad de afrontar la situación crítica sino que se estaba prometiendo el pleno empleo para esta legislatura. Y eso no lo hacía un cargo medio o bajo de la cadena de mando sino el mismo presidente del Gobierno, responsable de su política económica. ¿Cómo mantener un discurso sincero racional mínimo cuando, ya en caída libre en una crisis que no quiere aceptarse, se siguen haciendo promesas dentro del esquema embustero, propagandístico y demagógico de que en una economía de mercado los éxitos son producto de nuestras decisiones acertadas y los fracasos resultado de la desgraciada coyuntura internacional?

(Las imágenes son dibujos de John Leech publicados en la revista británica Punch, en los que satirizaba el fracaso de la "gran manifestación cartista" en 1848, un momento crítico en la historia del movimiento obrero cuando, temiendo violencia callejera, las autoridades, con el octogenaria Duque de Wellington a la cabeza, tomaron las medidas pertinentes que evitaron la violencia y desactivaron el movimiento cartista; se encuentran en John Leech Sketch archives).