Los lectores y lectoras saben que este blog es militante en contra del feo vicio nacional del ruido evitable al que considera una forma delictiva de contaminación, un atentado a la integridad física y moral de las personas. Hace muchos años que Palinuro comenzó esta batalla, mucho antes de que existiera internet. Por entonces, años ochenta del siglo pasado, la actitud antirruidosa era considerada como algo de neuróticos, un síntoma de poca hombría y menos españolidad. Cuanto más ruidoso era cualquier imbécil (con su moto, su radio, su TV, sus berridos, sus discotecas, sus fiestas, sus conversaciones a gritos), más español y olé. Los dioses saben lo que hemos tenido que aguantar los partidarios del silencio en este país de energúmenos y alborotadores hasta que ha empezado a abrirse paso la convicción de que hay que castigar el ruido innecesario y evitable con la misma contundencia con que se castigan otras actividades dañinas.
Por eso Palinuro aplaude (silenciosamente, pero con entusiasmo) cada paso que se da para meter en cintura a la insufrible especie de los ruidosos. En esta ocasión el aplauso va dirigido al Tribunal Superior de Justicia de Cantabria que ha condenado al Ayuntamiento de Laredo a pagar 64.000 euros a un vecino por por las molestias y trastornos que le ha causado un bar debajo de su vivienda. Lean la noticia porque pone los pelos de punta: ocho años aguantando 47,2 decibelios (frente a los 30 autorizados, que ya son una pasada), él y sus ancianos padres, ya difuntos, con secuelas físicas y psíquicas de todo tipo, hasta el punto de que, a veces, tenían que pernoctar en un barco. ¿No es terrible?
Los que no entiendo es por qué se condena sólo al ayuntamiento. Desde luego, está muy bien condenado (y me parece poco dinero que, por cierto, los munícipes debieran sacar de su propio bolsillo y no del de todos los ciudadanos que no son culpables de nada), sobre todo porque los responsables municipales recurrieron una primera decisión contraria en lo contencioso administrativo, prolongando la tortura de los afectados. Lo cual demuestra una vez más mi teoría de que, en muchos casos, las autoridades municipales son gentes desaprensivas, verdaderas enemigas de los vecinos que les pagan el sueldo y en no pocas ocasiones conchabadas con los granujas que agreden a las personas pacíficas en la intimidad de sus hogares. Pero, insisto, ¿por qué sólo al Ayuntamiento y no al pollo propietario del bar que estuvo ocho años torturando a una familia y robándole el sueño y al que habría que mandar a la cárcel? ¿O es que era el mismo alcalde o un concejal? No me extrañaría.
(La imagen es una foto de Plasencia calle de los vinos, bajo licencia de Creative Commons).