Dice una noticia de Insurgente que la única conclusión a que se llegó en una intervención de su redactor Iñaki Errazkin en mi curso de la UIMP sobre el ciberespacio es que no existe la objetividad en el periodismo. Como si quisiera demostrarlo de modo práctico, el mismo Errazkin publica una crónica de Gara al respecto en el mismo medio, InSurGente, y aprovecha para llamar "preso político" a un asesino con veinticinco vidas sobre su conciencia.
El ejemplo viene como anillo al dedo. En brevísimo resumen la historia es la siguiente: algo así como dos años o año y medio antes de que el asesino De Juana estuviera a punto de salir a la calle por haber cumplido su condena, el Gobierno socialista puso en marcha un proceso indigno a base de retorcer leyes y procedimientos para conseguir contra todo derecho y justicia que el dicho asesino no pudiera salir en libertad. Las correspondientes instancias judiciales, en una muestra de abyecto servilismo a las órdenes políticas, condenaron al tantas veces citado criminal a una pena monstruosa por un supuesto delito que a todas luces no era tal. Recurrida la sentencia ante la instancia superior ésta corrigió el dislate de la primera pero no del todo, es decir, rebajó la pena mas no la anuló, que era lo que correspondía a la vista del atropello jurídico que significaba una condena retroactiva. Para el conjunto de los aparatos del Estado, instancias judiciales y fiscales que perpetraron el atropello, sus decisiones fueron “objetivas”. Para quienes denunciamos el atropello no fueron tal sino una muestra de abuso e injusticia disfrazados de legalidad judicial.
Para los amigos de De Juana éste no era un asesino injustamente tratado por los poderes públicos españoles sino un “preso político” que en un acto de “suprema dignidad”, habíase declarado en huelga de hambre para luchar por sus derechos. Esta visión sectaria e inmoral, consistente en embellecer la figura de un despiadado criminal era “objetiva” para ellos.
Entre tanto, en efecto, el señor De Juana habíase declarado en huelga de hambre en lucha por sus derechos, conculcados por la justicia que, al menos en su caso, estaba siendo injusta. Y algunos, como he dicho más arriba, denunciamos el atropello de que era víctima sin caer en la trampa de quienes pretendían presentarlo como un mártir, haciendo olvidar sus asesinatos. Porque el asunto no es inocente: llamar "preso político" a este criminal es denigrar a los miles de presos políticos que ha habido y hay en l mundo, gente que padece persecuión y cárcel por sus ideas, sin haber causado mal a nadie; es una infame extensión de significado, un abuso.
Hoy se repite aquella situación en buena medida y la raya entre lo objetivo y lo subjetivo pasa por el mismo lugar. El asesino De Juana ha cumplido ya su segunda condena y corresponde ponerlo en la calle sin dilaciones ni subterfugios porque tal es su derecho y defenderlo es una obligación moral.
Pero sin deslizarse hacia el campo de defensa del asesino, al punto de insinuar que no es tal. El señor De Juana tiene derecho a estar en libertad sin restricciones incluso en contra del parecer de las autoridades. Pero que eso no se le permita por la razón que sea, no lo convierte en un “preso político”, sino que seguirá siendo un criminal a quien quieren hacer una faena. Nada más. Eso es la objetividad. Para los de la milonga del “preso político”, la objetividad consiste en ocultar la criminalidad de su protegé, incluso a riesgo de cometer la injusticia con sus víctimas.
Un asesino es un asesino, incluso cuando alguien pretende cometer una injusticia con él.
(La imagen es una foto de Insurgente).