Porque sí. Porque le ha tocado al futbol como podía haberle tocado al tenis o al balón volea y a la gente nos encanta sentirnos parte de alguna muchedumbre. En los Estados Unidos concita mayor interés el base ball pero el fenómeno es el mismo. Porque de algo hay que hablar, aparte del tiempo. Porque a veces se gana y a veces se pierde en sentido figurado, siempre más cómodo que rascarse el bolsillo. Porque la victoria es de todos y también la derrota y así nos sentimos propietarios de algo de mayor enjundia que nuestro hipotecado piso. Porque interviene la pericia y la suerte en cantidades variables, la primera a nuestro favor, claro es, y la segunda en contra nuestra. Porque es la continuación de la política y la guerra por otros medios, menos mortales para el espíritu o para el cuerpo. Porque se puede sacar la bandera sin parecer tonto y hacer el tonto sin parecer un patriota. Porque te codeas con Reyes y famosos de gustos sencillos, sanamente populares. Porque ocupa el trascurso completo de la vida del individuo, desde que es niño hasta que lo vence la edad. Porque es un espectáculo de no muy exigente comprensión, aunque siempre habrá quien diga que el futbol es una ciencia, como lo son sus antecesoras, la política y la guerra. Porque desinhibe pues se puede dar gritos sin tener que justificarlos como una clase de flamenco. Porque alterna la figura del individuo heroico y el trabajo de equipo. Porque da sentido a la vida en un sofá de Ikea. Porque permite interpretar la historia: España ha reconquistado la Eurocopa 44 años después de la primera y ha vencido a Alemania 63 años después de que lo hicieran los aliados. Porque hay que hacer quinielas.
Por cierto, España mereció ganar a todas luces. Dominó todo el tiempo y marcó el único tanto en un ejemplo de elegancia y sentido del ahorro: si un gol da la victoria, ¿para qué meter otro? Típico ejemplo de lo que llaman los teóricos de juegos el minimax.