No estoy dispuesto a perderme una sola peli de Claude Chabrol, ese genio retratista de los valores eternos de la Francia provinciana y fuimos a ver la última, La chica cortada en dos que es magnífica desde los títulos de crédito a la foto fija final, que me hizo click en la memoria y me puso a pensar en la última de Jean Pierre Leaud en Los cuatrocientos golpes pues los viejos soldados nunca mueren y los de la nouvelle vage tampoco.
Todo me parece magnífico en este film, la dirección elegantísima, el guión perfecto, las interpretaciones llenas de matices, la fotografía estupenda. Todo. Tiene ritmo, fuerza, interés. Y es muy francesa, soit dit en passant, porque sólo los franceses se atreven a sacar a los personajes fumando en un alarde de "excepción cultural" que no sé si será muy conveniente desde el punto de vista de las campañas antitabáquicas en marcha pero, cuando menos, no es hipócrita.
Hay una cuestión en la película que, según como se mire, resulta magistral o es un miserable fracaso. Se trata de un asunto de fondo o contenido. Veamos. La historia está tomada de un hecho real, un crimen que se produjo en Nueva York, en 1906, cuyos protagonistas fueron el entonces célebre arquitecto Stanford White, en la cumbre de su carrera, una hermosa actriz de cine mudo en sus comienzos, Evelyn Nesbit, y un rico heredero de una familia de millonetis de Pittsburgh, Harry K. Thaw. Chabrol actualiza las circunstancias, lleva la acción a Lyon (se quiera o no, una ciudad de provincias; este aspecto del provincianismo está soberbiamente tratado en la peli porque ni se nota), cambia las profesiones del triángulo, el escenario del crimen, sus antecedentes y consecuentes. Pero la historia es básicamente la misma que se produjo a comienzos del siglo XX. Ya se hizo una peli en su día La chica del columpio carmesí (1955), a cargo de Richard Fleischer, con Ray Milland de Stanford White y Joan Collins de Evelyn Nisbet que seguía fielmente el guión del hecho real y presentaba una jovencita Nisbet efectivamente dividida en dos entre los dos hombres, el arquitecto, que le sacaba treinta años y el millonetis algo mayor que ella pero no tanto como el primero. También en esta película se planteaba el problema moral, que se resolvía más o menos como se había resuelto en la vida real.
El problema moral aludido que me limito a enunciar en abstracto para no estropear a nadie el interés de la peli es el del alcance del concepto de perversión aplicado a las relaciones sexuales; perversión, depravación, degeneración..., lo que se quiera. Mi tesis es que ese concepto es radicalmente inadmisible, que es falso, que no existe la llamada perversión sexual cuando las relaciones que puedan considerarse "perversas" o "pervertidas" se dan entre adultos que las consienten libremente. Si aceptamos que hay conductas perversas estamos abriendo la puerta a cualquier tipo de censura y ésta acaba siempre por meternos a todos en la cárcel. El DRAE, haciendo honor a la ideología reaccionaria, convencional, clerical y oscurantista que anima sus páginas, dice que pervertir es 1) "Viciar con malas doctrinas o ejemplos las costumbres, la fe, el gusto, etc." y 2) "Perturbar el orden o estado de las cosas." Vaya por la 2) que, aunque insatisfactoria, cuando menos no mete juicios morales de rondón. Pero la primera definición sólo puede satisfacer a los roucovarelas: ¿qué es eso de las "malas doctrinas o ejemplos"? ¿Quién decide que son "malas"? ¿Qué diantres significa "viciar las costumbres o el gusto"? De la fe ya no hablo porque no la practico y me trae al pairo. Esa definición no es más que un conjunto de memeces para que cualquier trastornado se sienta con derecho a censurar y coartar la libertad de las personas y, además, en un terreno de estricta intimidad. En mi opinión sólo cabe hablar de "perversión" si alguno de los participantes en las relaciones sexuales de que se trate es menor o, siendo adulto, no las practica con su libre consentimiento.
Tanto en la historia real como en la peli de Fleischer se dio a entender que hubiera podido faltar el requisito del libre consentimiento, en cuyo caso, quizá cupiera hablar de perversión, aunque, ciertamente, para que el comportamiento pueda ser castigado penalmente tendrá que ser tipificado de otra forma.
Pero en esta peli queda fuera de duda que los comportamientos son libremente consentidos por todas partes. En consecuencia, y esta es mi duda, si Chabrol presenta el asunto como lo presenta señalando que es el resultado de la mentalidad estrecha y retrógrada, hipócrita y farisea de la burguesía de provincias, de acuerdo. Si lo hace por convicción propia, no lo encuentro admisible. Pero mi admiración por Chabrol me induce a pensar que va por la primera línea. Estoy convencido de ello. Fascinante, por cierto, el cierre de relaciones de la jovencita cortada en dos con su suegra y que reproduce al pie de la letra lo que le sucedió a Evelyn Nisbet con la familia de su marido.