Como se esperaba, el señor Rodríguez Zapatero (ZP) no consiguió la investidura por mayoría absoluta, lo cual no lo convierte en el primer presidente en obtener la investidura en segunda vuelta, como he visto sostienen algunos, sino en el segundo. El primero fue Leopoldo Calvo-Sotelo, si bien éste en la segunda vuelta obtuvo la mayoría absoluta gracias al teniente coronel Tejero al que, según tengo entendido, en un primer momento la televisión sueca consideró un "torero golpista". ZP será, es de suponer, el primer presidente que obtenga la confianza del Congreso sin mayoría absoluta en primera o segunda vuelta.
Y eso está bien en democracia porque quiere decir que cada decisión del Gobierno habrá de ser negociada con algún otro grupo, no necesariamente siempre el mismo, como ha sucedido las veces en que ha habido pactos de legislatura más o menos declarados, por lo general con CiU y/o PNV. Estos grupos acaban convirtiéndose no en rémoras del partido mayoritario -PSOE o PP- porque, a pesar de su mala fama, las rémoras son ánimales muy útiles (pues, sirven de mondadientes a los peces en los que viajan, por ejemplo, y evitan infecciones), sino en verdaderos parásitos, a los que hay que alimentar toda la legislatura.
Una legislatura con alianzas cambiantes y en un "más difícil todavía" ya que ZP no tiene en Madrid el equivalente numérico a su alianza con ERC en Cataluña, sino, al contrario, un problema permanente con su oposición en el Principado, esto es, con CiU. Lo cual plantea la cuestión de si puede considerarse "estable". Supongo que sí pero no porque ZP sea hoy más ducho y experto en vida parlamentaria que hace cuatro años que sin duda lo será, sino porque la oposición está muy fragmentada y será difícil que se ponga de acuerdo en algo.
Insisto, no porque ZP haya avanzado o madurado en sus competencias negociadoras, que lo damos por supuesto, aunque quizá hagamos demasiado porque, a fin de cuentas, mucho talante, mucho llamamiento al pacto, al acuerdo, al consenso, pero lo cierto es que a ZP no le salen bien las negociaciones. Donde salen bien (Cataluña, Galicia) él no interviene; donde él interviene (Navarra, ETA, PP) no salen bien. A lo mejor la culpa es de la otra parte contratante, pero lo cierto es que ZP no tiene buena mano con las negociaciones, aunque presume mucho de lo contrario o quizá por eso
La segunda sesión de investidura no trajo nada de especial interés como no fuera la intervención de la señora Díez, quien enhebró una serie de alambicadas disquisiciones para no votar "sí" a su anterior Secretario General, ni siquiera abstenerse, sino para votar "no", como el PP. Tengo la sospecha de que será lo que haga a lo largo de la legislatura. Eso y despotricar contra el Gobierno en el programa de Sáenz de Buruaga en Telemadrid, prodigio de ecuanimidad.
De nuevo el interés estuvo fuera del Parlamento, en la bronca que está montándose en el PP a cuenta de la pelea por el liderazgo. Los enfrentamientos son cada vez más agrios y aumentan las posibilidades de que realmente se presente más de una candidatura a la presidencia en el Congreso de junio. Los gallardonistas han comenzado a contraatacar reprochando a la señora Aguirre su desmedido afán de candilejas y que no tenga la valentía de decir a las claras lo que pretende. Ese parece ser también vicio del señor Ruiz Gallardón, que tampoco anuncia sus intenciones.
En el fondo, estos son fulanismos, como decía Unamuno, pero fulanismos en los que cristaliza una escisión política de la derecha que, como se ve, sólo emerge en los momentos difíciles, de derrota: la separación entre una derecha extrema, radical, "sin complejos" que mezcla las recetas económicas neoliberales con actitudes sociales ultrarreaccionarias, poniendo literalmente el Estado al servicio de la Iglesia y arremetiendo contra el Estado del bienestar, que se llama a sí misma liberal y otra tendencia más moderada, más de carácter democristiano, con mantenimiento del Estado del bienestar y actitud conservadora en lo social, pero buscando entendimientos con la izquierda, una corriente que prefiere hablar de sí misma como centro. La gran dualidad de la derecha: extrema derecha y centro.
No obstante, la derecha sabe que la división entre las dos corrientes equivaldrá a perder las elecciones, por lo que tendrá necesariamente que buscar una fórmula de integración, donde quepan las dos líneas y esa será seguramente la baza del señor Rajoy: el único capaz de presidir un partido con dos almas enfrentadas. Eso no sólo se consigue ejerciendo el imperium, sino ostentando auctoritas, lo que sucede es que, muchas veces, no hay auctoritas si no se ejerce el imperium. En fin, un lío para el señor Rajoy, al que todo el mundo zarandea y aturde. Tanto que hasta se le ha olvidado revelar la composición de su equipo de colaboradores. O a lo mejor se reduce a la señora Sáenz de Santamaría.
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