Ya están en el talego los dos últimos componentes del comando que presuntamente perpetró la canallada de la T4 el 30 de diciembre de 2006 en la que murieron dos inmigrantes escuatorianos. Con ella se rompía de hecho la tregua que la propia banda había decretado en marzo de 2006. De hecho. De derecho la rompió ETA mediante una declaración en junio de 2007. Esta diferencia de meses invita a una reflexión acerca de cómo ve el mundo la gente que pertenece a una organización terrorista. Porque poner una bomba potente que destroza una terminal completa y mata a dos ciudadanos no es cosa que pueda hacer cualquiera. Se requieren ciertos conocimientos. Lo que asombra es cómo esos conocimientos no llevan a quienes los poseen a darse cuenta de que recurrir a la violencia, el secuestro, y el asesinato no es admisible y menos como medio de mantener en pie una tregua. Sin duda la ruptura de una tregua es cosa que debe avisarse pero resulta bárbaro y asnal entender que un bombazo constituye un modo de avisar como otro cualquiera.
La detención de los dos últimos elementos plantea interrogantes sobre este sorprendente asunto del mantenimiento de una actividad terrorista contra viento y marea, aun sabiendo que el único destino cierto para quienes ponen bombas, secuestran, extorsionan, asesinan es la cárcel. Todo etarra sabe -o debiera saber- que tarde o temprano comparecerá ante un tribunal de justicia que lo condenará a decenas de años de prisión, en donde se pasará media vida. ¿Por qué seguir en la brecha en tal caso? Porque probablemente la patología que afecta a todos los etarras, los de dentro y los de fuera, es una forma del síndrome de omnipotencia infantil. Saben que por hacer lo que hacen le caen a uno quinientos o seiscientos años, pero piensan que eso no les pasará a ellos.
Es curioso comprobar cómo el mismo gobierno que intentó negociar la paz con los terroristas, lleva adelante una actividad represiva de etarras tan contundente que la banda no ha podido causar más daños que algunos materiales y los habituales al sentido común y la decencia humana que perpetran cada vez que hablan ya sea en forma de entrevista o de declaración. Es decir ahora sí que es cierto que ETA está más débil que nunca.
Este escenario de debilidad bélica etarra coincide con una situación en que el partido que gestiona los asuntos de ETA en lo civil, Batasuna, está prohibido y sus dirigentes, todos enchironados; con un momento en que los partidos políticos que se ha ido sacando de la manga Batasuna están a su vez suspendidos o impedidos de presentarse a las elecciones y en que la llamada "izquierda abertzale" no conoce respiro en la persecución de todas aquellas voces que inciten a la ilegalidad. Y no pasa nada. Ni en el País Vasco ni en la Paflagonia. Esa Izquierda abertzale convocó a una huelga general en el País Vasco, no en Euskal Herria, ente político-desiderativo en donde gusta realizar actividades, que no siguió ni Dios en Euzkadi porque hasta Dios está harto de estos gamberros. Ante tanto dejamiento, la izquierda gamberra decidió quemar un par de contenedores y algún autobús que se le cruzó en el camino para hacerse notar. Está claro que no tiene nada mejor (o peor, según se mire) que hacer.
Uno pensaría en que es el momento de mostrar algo de inteligencia, aprovechando las circunstancias para salir con uno de esos interesantes comunicados en Gara pero esta vez anunciando el fin del negocio terrorista. Podía hacerlo antes de las elecciones del 9 de marzo con un mensaje que dijera: salga quien salga elegido, ETA negociará la deposición definitiva de las armas.
¡Ah, pero no puede ser! No puede ser porque el señor Ibarretxe ha puesto en marcha una "solución" ilegal e inmoral al sedicente conflicto y necesita la cobertura de las pistolas para meter a la gente suficiente miedo en el cuerpo y que vaya a votar que sí. He aquí la última funcionalidad del espectro de ETA: mantener vivo el canguelo del personal mientras se celebra un atropello disfrazado de consulta para saber qué quiere esta sociedad, amedrentada por los asesinos de las pistolas y los pandilleros incendiarios.