dimarts, 4 de desembre del 2007

Secuestro de Estado amparado por los jueces.

Ni procedimientos de extradición, ni principio de territorialidad, ni colaboración judicial, ni jurisdicción internacional, ni gaitas. Según el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, las fuerzas de seguridad de este país pueden secuestrar en terceros países a ciudadanos extranjeros (no se hable ya de los nacionales) sospechosos de haber cometido algún delito en Norteamérica y llevarlos a los EEUU para comparecer ante la justicia sin que el modo en que han sido conducidos allí les dé derecho alguno al amparo de los tribunales. Es decir, los Estados Unidos consideran que allende sus fronteras todo es territorio indio, donde no hay leyes ni Estados soberanos ni procedimientos que guardar; donde rige la ley del Colt.

No me invento nada. Saco la noticia de un amplio informe de Der Spiegel, que no es una publicación sensacionalista ni bolchevique y que, a su vez, se remite a una crónica del Sunday Times, que tampoco es un panfleto incendiario o antinorteamericano y ambos dan cumplida cuenta de cómo en una causa seguida recientemente ante el Tribunal de Apelaciones de Londres, el abogado que representaba los intereses de los EEUU explicó a sus señorías que el secuestro en terceros países de ciudadanos extranjeros buscados por presuntos delitos en Norteamérica es legal. Uno de los magistrados londinenses pidió al abogado que hablara en serio y éste dijo que el secuestro en el extranjero es legal en los EEUU porque así lo ha decidido el Tribunal Supremo. El alto tribunal se refiere a una sentencia de 1886 en la que se dice que:

"No hay provisión alguna en la Constitución que obligue a un tribunal a poner en libertad a un condenado en debido proceso sólo porque se haya visto forzado a comparecer ante él en contra de su voluntad".

Esa increíble práctica, llamada rendition, se remonta a los tiempos de los cazarrecompensas, a mediados del siglo XIX y nunca había caído en desuso del todo, pues los yankees se reservaban el derecho a actuar como gangsters especialmente en su "patio trasero" de América Latina. Eso es lo que la policía estadounidense hizo en 1990 con el médico mexicano Humberto Álvarez Machain, acusado de un delito de tráfico de drogas en los EEUU: secuestrarlo en su país y llevárselo. Y, más a lo bestia, lo que el ejército de los EEUU hizo en 1989 con el presidente de Panamá, Manuel Antonio Noriega.

Posteriormente, a raíz de la histeria desatada con los atentados de las Torres Gemelas, los EEUU han intensificado estos procedimientos terroristas -llamados ahora extraordinary renditions- contra sospechosos de lo mismo, terrorismo, y con la abyecta complicidad de los países occidentales, supuestamente amigos, supuestamente aliados, entre ellos Alemania, Italia, España, etc.

Ahora, sin embargo, la amplían a todos los presuntos delincuentes, hayan hecho lo que hayan hecho, tengan la nacionalidad que tengan y residan donde residan, por ejemplo, hombres de negocios, ejecutivos que pueden haber incurrido en delitos de fraude o evasión de impuestos en los Estados Unidos.

Hace relativamente poco un juez canadiense puso en libertad a un detenido británico a punto de ser entregado por decisión administrativa a la policía de los EEUU (es decir, secuestrado) en donde era requerido por una causa de fraude y evasión de impuestos que afectaba... ¡a su tío! El tío, Stanley Tollman, presidente del club de football Chelsea, amigo de la señora Thatcher y propietario de la cadena de hoteles Red Carnation es buscado en los EEUU por fraude y evasión de impuestos. Que se ande con cuidado que un buen día no vuelve a casa a cenar.

Es un buen momento para hacer memoria, recordar y adaptar aquellos famosos versos de Martin Niemöller, que la tradición y el despiste atribuyen a Bertolt Brecht:

Cuando los nazis vinieron por los gobernantes corruptos latinamericanos, yo no hice nada porque no era un gobernante corrupto latinoamericano; cuando secuestraron a los presuntos narcotraficantes, yo no hice nada porque no era un presunto narcotraficante; cuando se llevaron a los presuntos terroristas, yo no protesté porque no era un presunto terrorista; ahora que vienen por nosotros ya no queda nadie que pueda protestar.
(La imagen es un cuadro de James Ensor, llamado Los jueces prudentes, hacia 1894).

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