Este mes es el cincuenta aniversario de la publicación de la famosa novela de Ayn Rand, Atlas Shrugged, traducida al castellano como La rebelión de Atlas, que no vierte el significado estricto de la expresión inglesa, que es más Atlas se encoge de hombros. Los de Libertad Digital le dedican un reportaje encomiástico porque Rand es la autora que noveló y por ello popularizó la doctrina neoliberal de hoy. El articulista de Libertad digital dice que de esa novela se han vendido cientos de miles de ejemplares y que siguen vendiéndose en esas cantidades. De esa novela y de otras obras de Ayn Rand, incluidos sus ensayos. Dice también que Atlas es la obra cumbre de Rand. Por su longitud, desde luego; tengo una edición de 1084 páginas. Pero por su calidad literaria, ni hablar. Es mucho mejor una anterior, El manantial, que defiende la misma doctrina neoliberal acuñada en una juvenil admiración por el superhombre nietzscheano, pero con bastante más estilo literario, de forma más equilibrada, rítmica y viva. De hecho, King Vidor la llevó al cine en 1948 con Patricia Neal y Gary Cooper, un peliculón, y nadie ha sido capaz de filmar Atlas. Todos los años se dice que si se va a rodar como serie de TV o como superproducción, pero no se produce nunca.
Atlas es un relato tan complicado, inverosímil y estrambótico que a veces parece de risa. De no ser porque sabemos que la escritora rusojudía nacionalizada estadounidense carecía de todo sentido del humor. Si guardó toda su vida una inclinación de adolescente por los comics hipernacionalistas de los ingleses fue porque encajaba en su nietzscheana admiración por el superhombre. En síntesis el argumento va de una huelga mundial de "creadores", en realidad la expresión inglesa es "achievers", esto es, los que "lo consiguen", los triunfadores, quienes mueven el mundo, vamos: empresarios, banqueros, industriales, grandes filósofos, grandes inventores. Todos estos gigantes van desapareciendo, retirándose a una región utópica, el Galt's Gulch, como la conocen sus seguidores y admiradores. Galt, la quintaesencia del héroe randiano, el inventor de un supermotor que hará las felicidades de la humanidad, la ha creado con el fin de poner de rodillas a la humanidad entera, aquejada de un asqueroso colectivismo. El mundo sin los "achievers" no es nada, miles de millones de inútiles envidiosos que sólo saben hablar de "justicia social", "bien público" o "interés general", conceptos todos ellos similares a la cicuta o al curare para Ayn Rand, que odiaba el Estado del bienestar más que los vampiros las luz del día.
Así que, cuando se produce el plante, el mundo se paraliza, momento que aprovecha John Galt para dirigirse a él a través de una emisión de radio cuya onda cubre el país entero. Sesenta páginas de monólogo de Galt, similar al larguísimo soliloquio de Molly Bloom al final del Ulises, aunque con signos de puntuación y con otro contenido, menos de prolija introspección personal y más como de panfleto neoliberal pero interesantísimo.
La novela, una epopeya del capitalismo, tiene momentos fascinantes. Quien aguante las más de mil páginas de apretada lectura encontrará trozos que compensan el trabajo, episodios rocambolescos, como el de un navío pirata en el siglo XX que recorre los mares hundiendo barcos mercantes que trasladan materias primas o historias de amores románticos entre la heroína (como siempre, la propia Rand), rica heredera y audaz emprendedora con un descendiente de la nobleza española afincada en Chile y propietario de minas en su país.
Considerada objetivamente la novela es un pestiño y muchos de los que la alaban no la han leído. No obstante, es esencial para los randianos del mundo entero, entre los cuales me cuento, no como seguidor sino como estudioso ya que escribí un libro sobre la señora, que es un personaje fascinante, porque fascinante es quien, ganando dinero a espuertas ya con El manantial, funda una corriente filosófica, el objetivismo, que actúa como escuela, círculo y también como secta, una secta calcada de los partidos comunistas, en la que, en nombre del individualismo, del culto al capitalismo -considerado el único sistema moral del mundo- los miembros se someten a la decisión de la mayoría (normalmente la exclusiva voluntad de Ayn Rand) y acatan su veredicto incluso en contra de sus intereses personales. Esta secta objetivista, en sesiones inquisitoriales, llegaba a condenar a alguien no en virtud de las pruebas objetivas que hubiera en su contra sino del parecer personal de la gran pitonisa Rand que, como logo de su movimiento, impuso el símbolo del dólar, que es el que está esculpido en su tumba. Por cierto, uno de los miembros más destacados de la secta fue el señor Alan Greenspan, posteriormente y durante años, presidente de la Reserva Federal, el banco central estadounidense de cuya mera existencia abominan los randianos auténticos.. Es muy curioso que un fenómeno tan popular en el ámbito anglosajón, sobre todo (pero no sólo) en los EEUU, sea casi desconocido en el continente europeo, especialmente en España.