dimecres, 29 d’agost del 2007

No nos moverán.

En el post sobre los relevos suponía yo que el señor Acebes no desmentiría las palabras del señor Fraga, sobre las sucesiones como si lo había hecho con las del señor Gallardón sobre su deseo de significarse llegado el momento ayudando al Presidente de su partido a ganar las elecciones. En el seno del PP se da la división del trabajo, de forma que el desmentido corrió a cargo del señor Zaplana. Y no hay ni color entre el modo en que la dirigencia popular trata al alcalde de Madrid y en que trata al padre fundador y Presidente de honor del PP. El portavoz se limitó a advertir que no hay proceso de sucesión alguno abierto, sin juzgar las palabras del señor Fraga argumentando lo de siempre, esto es, que no sabía qué había dicho ni cómo lo había dicho. Eso se llama "llamarse andana" y es muy socorrido.

Luego le echó un poco de voluntarismo al asunto, que es cosa que los políticos bordan; vamos a ganar las elecciones y ya hablaremos de sucesión dentro de ocho o doce años. Ahora no, porque no toca. Pero es justo de lo que habla todo el mundo. ¿Cómo evitarlo? Y aquí es donde el discurso del PP en boca de su portavoz parlamentario adquiere su tono más crispado y un poco lunático.

Dice el señor Zaplana:

"El PSOE intenta despistar y nos habla de las listas. Pero en el PP no hay ningún problema. Y mucho menos de sucesión. La abordaremos, no sé si dentro de doce años, no sé cuánto durará nuestro Gobierno. La última vez duró ocho, eso es un plazo razonable"
Lo curioso es que de esos asuntos no habla el PSOE, sino importantísimos miembros del PP. La sucesión de Rajoy -un líder más descontado ya que la crisis inmobiliaria en los EEUU pues, como se ve, las bolsas vuelven a crujir- no forma parte de la célebre "conspiración de la izquierda" para destruir al PP, sino que es cuestión que plantean los miembros de este partido. El debate es interno. Curiosamente, en lugar de alegrarse de que se produzca y de que se hable con libertad sobre cuestiones de interés colectivo (como, por ejemplo, ¿qué va a pasar si, como es probable, digamos lo que digamos, perdemos las elecciones?), el señor Zaplana, portavoz parlamentario está muy ofendido y advierte de que:
"...nos vamos a elevar y vamos a salir de este fango en el que nos quieren meter de que ha dicho, que dice, que dijeron, que no sé cuantos, que quién va el siete, que quién va el 19 [en las listas], para hablar de lo fundamental y de lo esencial".
Esa es su verdadera mentalidad: el debate sobre cuestiones perfectamente razonables le parece un "fango" en el que unos innominados, evidentemente unos malandrines, "quieren" meterle.

El otro relevo de que trataba el post era el de la señora Rosa Regás, que había dimitido de directora de la Biblioteca Nacional argumentando que no goza de la confianza del ministro. Es el caso que la señora Regás parece haber encajado fatal eso de la falta de confianza del baranda y ha subido un escalón su agravio sosteniendo que se le inflige por ser mujer pues, según dice, si fuera un hombre, "no se atreverían".

Hay dos personas en el lenguaje público, especialmente en el político, objeto de tratamientos semánticos muy distintos, son la primera y la tercera del plural, el "nosotros" y el "ellos". El que habla dice "nosotros" y carga todo lo malo a un impreciso "ellos" con la finalidad de allegar apoyos sin ser muy específico a la hora de mencionar a los adversarios. En el caso de la señora Regás, la pregunta inmediata es: ¿quiénes "no se atreverían" si se tratara de un hombre? ¿El gobierno? ¿El ministro? Es un "ellos" ubicuo, como el de quienes "quieren" que el PP chapotee en el fango. Es más, sospecho que ese "ellos" en ambos casos se refiere a las mismas personas, institución o partido.

Por lo demás, no sé yo cómo le sentará al Gobierno, precisamente a éste, que lo acusen de machista. Desde luego, la señora Regás se lo ha tomado fatal. Es claro que estos intelectuales no dan buen juego en los cargos públicos; son demasiado soberbios y quisquillosos. Y el de ministro es también un cargo público, con lo que éste puede ser el preludio de una pelea entre intelectuales no por asuntos ideológicos, sino por un tema de gestión. El caso es pelear.

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