Está en la tradición de la mejor publicística española fustigar los vicios que nos aquejan como pueblo. Kant decía que España es “tierra de antepasados”, subrayando así la especial devoción española por el culto a la honra de la familia. Larra ponía en solfa a los castellanos viejos y otros tipos no menos insufribles del catálogo patrio. Costa pedía un cirujano de hierro para acabar con el mal de oligarcas y caciques, típicos especimenes que mantienen (aún hoy) el país postrado. Unamuno la tenía tomada con los ramplones, también un tipo humano muy abundante por estos y otros pagos. Suma y sigue pues la saga no ha terminado. Al contrario, a los viejos y tradicionales ejemplares de los defectos nacionales vienen ahora a sumarse otros, acordes con la era tecnetrónica en la que vivimos, hispanos de móvil y MP3, pero que siguen siendo igual de fastidiosos, cargantes, groseros y maleducados que el Braulio de Larra; o quizá peores. Así que inauguro una serie nueva y de vez en cuando dejaré caer alguna consideración sobre los vicios más irritantes de los españoles de nuestro tiempo.
El de hoy, al que llamo del “inelu”, es el de la informalidad, la inconstancia (representada aquí en una magnífica imagen de Giotto) y el nulo valor de la palabra dada. Todos lo sabemos; por citar un caso que responde a una experiencia directa mía: si invitas a un español con tres meses de antelación a dar una conferencia en un curso que diriges, fijas con él el día y la hora y te asegura que allí estará ¿qué garantías tienes de que así será? Pocas, ¿verdad? Puede suceder –y no será extraño que suceda- que una semana antes el invitado que no iba a fallar haga que su secretaria llame al personal administrativo del curso para decirle que por”compromisos ineludibles”, el fulano no podrá ir a la conferencia a la que no iba a fallar. Es un “inelu” por sus compromisos “ineludibles” que no existían tres meses antes. Y no es esa la única treta de que se vale este pícaro moderno. Tampoco es manca la de rehuir la comunicación directa, la de actuar de secretaria a secretaria para no verse obligado a dar explicaciones y situar a los perjudicados por su informalidad ante un hecho consumado. Porque con una semana de antelación los programas suelen estar impresos y ya no es posible acudir a sustituciones.
Es un comportamiento irresponsable y grosero y tan informal como prepotente, muy habitual en nuestro país, en donde cuando uno dice que hará algo sin falta, los demás saben que eso puede pasar o no. Aunque no todos; siempre hay algún pobre infeliz que cree que, cuando uno se compromete a algo, lo cumple.
Lo curioso del caso es que los tipos capaces de hacer estas charranadas típicamente ibéricas, de España del caciquismo costista, suelen ir por la vida propugnando una u otra forma de regeneracionismo, dando lecciones de honradez y rectitud y asegurando que luchan por la renovación de la vida nacional. Cada vez desconfío más de los que se llenan la boca con esas bellas palabras porque son sus actos los que revelan su verdadero fondo.