No me dirán que no es de novela de Raymond Chandler o Dashiel Hammet y hasta de Simenon. Ya está aquí otra vez ETA. Por fas o por nefas ETA ocupa continuamente el centro del escenario. La jueza Le Vert quiere saber qué funcionarios españoles andaban trasteando con los etarras y en dónde. Claro que a la misma jueza le interesará qué tenían que decirse el hombre mano derecha de Mr. Sarkozy cuando era ministro del Interior y ese presunto etarra, señor Iurrebaso.
Nada, nada, un thriller, que se dice ahora. Unos jueces, unos presuntos delincuentes, altos y misteriosos funcionarios, fronteras, mediadores internacionales, aeropuertos. Seguro que alguien se acuerda del capitán Khan en el aeropuerto de Bangkok. ¿O era Kuala Lumpur? El señor Rajoy insiste en que el Gobierno entregue las "actas" de los compadreos con el Gobierno, las "actas de la vergüenza", como ya las ha llamado por ahí algún plumilla con espíritu de novelista por entregas, a lo Ponçon du Terrail. Dice el señor Rajoy que tendría su gracia que los franceses las conocieran antes que los españoles. Al margen de que esta gracia era la que se reía en el régimen de Franco, cuando los españoles se enteraban de lo que pasaba en su país por Radio París, no será el caso ahora probablemente porque la jueza Le Vert no las pedirá. Ella lo que quiere es saber si la condición de negociador aducida por el señor Iurrebaso es cierta o no y, caso de serlo, tendrá que valorar cómo incide eso en la consideración de los muy probables delitos que se le imputen de pertenencia a banda armada, tenencia ilícita de armas, falsificación de documento público, sustracción de vehículo, etc, etc. Así que lo más probable es que el señor Rajoy se quede sin las "actas". Compuesto y sin actas.
Al propio tiempo, la policía española asegura que, con las dos últimas detenciones de etarras se ha desarticulado el aparato de falsificación de la organización armada. Es bastante probable. Y también lo es que surja otro en poco tiempo. Esto me lleva a la consideración de un argumento que es muy típico de la izquierda abertzale y que he leído en alguna ocasión en Gara para fundamentar la idea de que la política represiva no acabará con ETA, sino que el fin de ETA sólo se conseguirá mediante el diálogo. En su forma retóricamente más contundente, este argumento dice: supongamos que la policía detiene a todos los etarras, ¿cuánto se cree que tardará en surgir una nueva ETA? Está bien la retórica y aparentemente preocupada pregunta, pero es falaz porque la cuestión no es que no merezca la pena acabar con el crimen porque éste se reproducirá sino que la cuestión es: ¿hay que acabar con el crimen, sí o no? Ahí ya la respuesta suele ser otra y no menos falaz: "Sí, pero con todo él", dando a entender que, si no hay una situación absolutamente libre de crimen, el suyo que no se lo toquen. Ese es el problema que plantea el terrorismo de ETA, que tiene muchos simpatizantes que no se atreven a respaldarlo de modo expreso pero lo hacen de forma subrepticia. Esto es lo que permite al señor Pernando Barrena decir el otro día que el Gobierno debe seguir explorando las posibilidades de diálogo con la banda terrorista. Supongo que él sabe de muy buena tinta que si ésta ha roto el fuego es para subrayar sus muchos deseos de diálogo.