dimarts, 8 de maig del 2007

Reflexión sobre la izquierda (I).

Esto no ha hecho más que comenzar. Ayer se oyeron y leyeron múltiples análisis de lo sucedido en Francia el domingo. Las derechas, encantadas. El señor Rajoy decía que él defenderá en España las mismas ideas que Sarkozy; pero, de momento, piensa seguir dando la murga con ETA y el País Vasco y manifestándose con el señor Alcaraz, típico exponente de la derecha moderada. Las izquierdas, más mohínas, hablaban del "triunfo de la democracia", que es lo que se dice cuando te han dado un varapalo electoral y abrían la veda para saber qué pasó, qué pudo hacerse mejor, con críticas a la campaña, a la señora Royal, al programa, al Partido socialista, etc. Hay un claro reflujo de la izquierda en Europa y un ascenso de la derecha en sus diversas manifestaciones, extremas, centristas, moderadas, neocons o "liberales" a la española

A la izquierda de los socialistas, en Francia, en España, en Italia, por doquier, la eterna cuestión del voto "útil", el de principios o el testimonial. Un problema de difícil solución porque quienes se quejan de ser laminados por el voto útil, a su vez tienen difícil explicar qué es lo que pretenden presentándose a las elecciones pero conformándose con un porcentaje tan bajo de los votos que su única posibilidad es ponerlos al servicio de alguna coalición en la esperanza de que ésta les de una fuerza mayor de la que les corresponde por su real peso electoral; mercadeo, vamos. Por supuesto, los frikies también aportaron su granito de materia gris. Hasta hubo quien dijo que la elección del domingo no había sido entre la izquierda y la derecha, sino entre dos variantes de la derecha y que, al final, los electores de izquierda, hartos de tanta superchería progresociata, habían votado the real thing, esto es, a la derecha. Notable perspicacia, ¿eh? Yo tambien di mi modesto parecer en el blog de La otra chilanga.

En Francia, una derecha triunfante interpreta el resultado como un mandato de cambio frente al que no espera oposición de una izquierda desarbolada y, su vez, en el Partido Socialista se toman posiciones para la tempestad de recapitulación y refundación que se avecina. Es mucha la movida, mucho lo que se ha jugado -y sigue jugándose- en Francia, y grande su importancia para la situación de la izquierda y la derecha en Europa y en el mundo. Pero justamente ahí es donde incide un análisis muy de moda hoy día, el que formula la énesima versión del ocaso de la contraposición izquierda-derecha, una disyuntiva superada por la realidad histórica, que ya no cuenta y en la que, en el mejor de los casos, parecen haberse invertido las tornas, de forma que la derecha (y la derecha conservadora) es hoy la audaz, la innovadora, la dinámica, mientras que la izquierda está caduca y es cobarde y retardataria, anclada en un pasado sin relevancia hoy día, incapaz de renovarse.

Es posible que el diagnóstico sobre la izquierda sea correcto, al menos, parcialmente me lo parece, y creo que ésta tiene una perentoria necesidad de renovación conceptual para hacer frente a los problemas de un mundo en rápido cambio, pero eso no supone que, de rechazo, la vieja derecha conservadora haya superado a la izquierda en su propio terreno ni mucho menos. Dedicaré los próximos posts a debatir tan interesante cuestión, pero cerraré éste antes con dos observaciones específicas al hilo de la idea de que la derecha haya conseguido vencer a la izquierda en su campo y con sus armas.

La primera hace referencia a la cuestión señalada por el señor Rajoy y otros dirigentes de la derecha: la política de principios, fundamentada en valores, paga. ¿Y qué? La falacia reside aquí en la pretensión de contraponer una política de principios y valores a otra (que se atribuye a la izquierda) carente de estos. Pero eso es falso. Si acaso hay una contraposición de valores y principios distintos: si la seguridad es un valor, no lo es menos la libertad; si el progreso y el adelanto económico, no menos la igualdad y la solidaridad; si la autoridad y la disciplina, asimismo la autonomía y la emancipación. Por lo demás, el carácter sincero o instrumental de esos valores tendrá que ver con el contexto en que se invoquen. Una invocación populista en un contexto de crisis social puede acarrear un triunfo en las elecciones, pero no los hace más auténticos ni deseables. Y, en definitiva, ¿hay algo más relativista y repugnante que instrumentalizar los valores y principios? Recuérdese la célebre anécdota de Groucho Marx: "señores, estos son mis principios y, si no les gustan...tengo otros." Presumir de principios no es garantía de que se viva según ellos; antes bien, lo contrario suele ser lo cierto.

El segundo punto específico es esa aparente expansión del Lager de la derecha que, exultante, dice haber perdido sus complejos, pudiendo ya manifestarse como realmente es, tras haberse librado del injusto sambenito según el cual sus políticas acaban siempre causando daño y sufrimientos a masas de inocentes. Tómese un ejemplo concreto: el modo en que el referente mundial de la revolución neocon, los EEUU, ha enfocado la lucha contra el terrorismo. Si la manifiesta erosión de las libertades públicas en Norteamérica y el quebrantamiento de principios fundamentales del derecho internacional o las convenciones de Ginebra no son suficientes, considérese el atroz y criminal desastre en que, como era previsible, se ha convertido la intervención armada ilegal en el Irak, basada en una sarta de mentiras y mantenida mediante el recurso a la tortura y al exterminio que han dado al traste con el prestigio internacional de la gran nación estadounidense. Esta última observación sólo presenta un punto cuestionable: que entre los tres mandatarios responsables de esta intervención criminal había un representante de la izquierda europea, el señor Blair. Este dato avala la idea ya aceptada de que la izquierda está necesitada de una revisión a fondo, pero no afecta en modo alguno a la inmoralidad radical y el carácter nocivo de las políticas de la derecha en materia de seguridad internacional.

Sobre todo ello más, mañana.