En esa especie de oleada contemporánea de derechización del mundo se inscribe el anuncio de la creación de una plataforma, aún sin nombre, con intención de luchar contra el "nacionalismo obligatorio" y en pro de una reforma de la Constitución, y cuyas cabezas visibles son la señora Díez y los señores Gorriarán y Savater. Se ven con vocación de partido, pues han anunciado su intención de presentar candidaturas, supongo que en toda España, en las próximas elecciones generales antes de marzo de 2008. Coquetean también con la idea de fundirse con Ciutadans si estos como que dan la talla.
Que un grupo de ciudadanos, preocupados con la marcha de la cosa pública, no encontrando cauce adecuado a sus aspiraciones, decida crear una asociación con la finalidad de intervenir en la política por los cauces legales es y será siempre algo digno de encomio. Ojalá se generalice. Este grupo, sin embargo, no es de ciudadanos anodinos pues algunos de sus fundadores tienen una amplia repercusión pública anterior a esta decisión. Lo que hace que ésta de organizarse para participar sea objeto de debate público.
Las más cuestionadas son las posiciones de la señora Díez y del señor Savater. De la señora Díez suele señalarse la incongruencia de estar en un partido y abogar por otro y hasta disponerse a fundar uno nuevo. Dado que el PSOE no acepta la doble militancia, la señora Díez tendrá que elegir.
En el caso del señor Savater prevalecen los aspectos intelectuales. Don Felipe González decía ayer que hace veintitrés años el señor Savater defendía a Batasuna. Eso sucede a menudo con los intelectuales. Algunos de los que hoy más lamentan la situación del País Vasco, en manos del nacionalismo, propugnaban antaño lo que llamaban la construcción nacional. Los intelectuales cambian mucho. Como no creo que sean gremio, no tendrán patrón, así que propongo a San Pablo camino de Damasco. Son tan frecuentes hoy día las caídas del caballo que ya no resultan milagrosas, aunque algo de sorprendente siempre tienen. No es asombroso que los intelectuales cambien. Lo asombroso es que actúen en su nueva convicción con intolerancia análoga a la que acompañaban a la antigua. La voz de la experiencia no parece decirles que pues erraron una vez pudieran volver a errar. Es el orgullo del intelectual.
En su artículo en El País llamado Indios y sociólogos, que tiene bastante gracia, el señor Savater dice cosas que suenan bien y cosas que no tanto. Su interpretación de la circunstancia del País Vasco coincide al cien por cien con la que hace el PP, que no muestra especial respeto por los hechos. Es sorprendente no se entienda que el Ejecutivo no puede condicionar la acción del Poder Judicial.
La crítica que hace al señor Pérez Royo me parece acertada. Tampoco creo que el derecho de sufragio pasivo sea tan amplio que quepa votar por un asesino.
No se me hace justo el ataque al gobierno por lo que podríamos llamar "política de chapuza". En realidad, la única política que funciona es la de la chapuza, el compromiso, el "pasteleo", no la de recios e incontrovertibles principios. Y el gobierno hace chapuzas. A esa actitud posibilista se oponen con uñas y dientes los conservadores que denuncian en sus adversarios falta de principios, relativismo moral, oportunismo, dejación en definitiva de la sacrosanta misión de defender a la Patria.
En realidad, la chapuza que hace el gobierno es tratar a la izquierda abertzale como un padre trata a su hijo: no le prohíbe todo, pero tampoco se lo permite todo y en ese ten con ten, siempre problemático, se entiende la actuación política de cada cual. El integrista ignora el principio básico del margen de discrecionalidad de la autoridad política. Una discrecionalidad razonable, por supuesto. La no razonable es arbitrariedad, esto es, tiranía. Para acabar de liarla se recordará que la distancia entre la una y la otra se mide con muy diversas varas de medir y que esa es la condición de la política. No del dogma.
Por lo demás, la formación de la plataforma es una aventura. Funciona como un vehículo de trasmisión política, pero será bueno que los intelectuales que la sostienen vean con qué apoyo real cuentan. El señor Savater tiene una audiencia muy numerosa, pero eso no significa que quien lo lee o lo escucha haya de votarlo. Dan la impresión de andar sobrados de orgullo y un pelín faltos de juicio. Sus pretensiones no son enteramente conmensurables y algunas indican verdadera inocencia política, como la que piensa que se resolverá la cuestión territorial a base de aprobar una reforma constitucional de carácter federal.
Se queja el señor Savater de que no puede votar al PSOE porque no se atiene al espíritu y a la letra del Pacto por las libertades y contra el terrorismo. En su artículo 1º, párrafo segundo, ese Pacto dice:
Manifestamos nuestra voluntad de eliminar del ámbito de la legítima confrontación política o electoral entre nuestros dos partidos las políticas para acabar con el terrorismo.También aquí puede haber debate, pero no necesariamente racional. El señor Aznar, por ejemplo, dice que el Gobierno está enfrentando a media España con la otra media. Muchos ciudadanos, probablemente más que los que apoyan al señor Aznar piensan lo contrario, esto es, que quien pudre la política nacional es el PP. El señor Aznar recurre a la llamada táctica del espejo, consistente en acusar al adversario político de hacer lo que hace uno mismo. La plataforma probablemente acabará en la órbita del PP, si es que no lo está ya. Es muy difícil diferenciarse cuando las razones que se dan para justificar los actos de uno son idénticas a las de otro. La razón por la que se articula la plataforma, en lo esencial, es que la política española está podrida y hay que regenerarla. Ese es exactamente el punto de vista del PP, muy en la línea del "cirujano de hierro".
Y no niego que pueda tener un significativo respaldo electoral si sale pidiendo la reforma de la Constitución. Que es lo que, seguramente por razones distintas, anhela el señor Maragall, a quien no veo especialmente preocupado por la existencia de España.