El cuadro de Gustav Klimt, Las tres edades de la mujer, de 1905, que se encuentra en la Galeria Nazionale d'Arte Moderna, de Roma casi refleja esa unidad esencial de la vida, si bien como está contemplada desde fuera, las tres edades aparecen claramente diferenciadas. Las tres figuras de las mujeres, la niña, la madre y la anciana, aparecen como entrelazadas en el estilo tan caro al pintor de las mujeres-serpiente. La niña y la madre están fundidas en un abrazo, mientras que la única situada como fuera del conjunto, apuntando a la soledad de la vejez, es la de la anciana que se tapa la cara con la mano. La plenitud de la existencia en la figura materna, así como la belleza del modernismo klimtiano, que enlaza con la tradición icónica bizantina en el uso de los dorados, da un aire de dulce sosiego a la representación de las edades de la vida que habitualmente traspira tristeza y melancolía.
dijous, 26 d’abril del 2007
Las edades de la vida (XII).
La vida es una unidad y su división en edades no la rompe, pues se pasa de la una a la otra sin solución de continuidad. Sólo desde fuera de ella, desde la visión de otra vida, pueden apreciarse esas diferencias y únicamente si no ha habido una relación continua, permanente entre ambas porque, si la hay, tampoco se percibe la diferencia de una edad a otra, sino solamente en el recuerdo o en la imaginación creadora. Para la conciencia de la propia vida los estadios son también una referencia exterior, algo de lo que nos informa la imagen que contemplamos en el espejo y eso desde que tenemos conciencia para ello. En el interior, en la vida vivida desde dentro, definitivamente no hay más separaciones que las que imponen las circunstancias exteriores, pero no la conciencia. Desde que se adquiere el uso de razón, siempre de un modo confuso, la continuidad a lo largo de toda la existencia se manifiesta sin interrupción alguna. De toda la vida me ha maravillado esa condición de la identidad que hace que las personas digamos "yo", siempre el mismo "yo", por referencia a un cuerpo que va cambiando tan claramente que, quien lo vea desde fuera, dudaría de que se tratase de la misma persona.