Ayer pasaron por la TV2 Zazie dans le métro, un peliculón de 1960, de Louis Malle, adaptación de una gran novela de Raymond Queneau del año anterior y que fue la que le dio la fama. Como de la historia me gusta todo: el director, el novelista y el protagonista masculino, Philippe Noiret, volví a verla encantado...y a descubrir nuevos giros, rasgos de ingenio, detalles que se me habían escapado cuando la vi por primera vez. Porque la peli, que es una adaptación muy inteligente de la novela, le ocurre lo que a ésta, al decir del propio Queneau, que es como una cebolla. La historia es sencilla: la madre de Zazie quiere pasar un par de días con un amante y lleva a la niña (de once años) a París, a casa de su tío (Phillipe Noiret), que trabaja de travesti en un local nocturno. La niña va encantada porque piensa que verá el metro, pero éste está en huelga. De forma que vivirá dos días locos en la capital, pero no verá el objeto de sus deseos, al menos, despierta.
La echaron en versión original, lo que fue un acierto porque, aunque la adaptación cinematográfica, lógicamente, se apoya en los elementos visuales de la historia y no tanto en los lingüísticos, que son los más importante en la obra de Queneau, hay suficientes de estos en la peli para disfrutar de lo lindo, empezando por el famosísimo doukipudonktan con que se abre la novela y también la peli que respeta asimismo la narración original en la sentencia final, cuando preguntada por su madre qué ha hecho durante los dos días en que la ha dejado en casa de su tío, Zazie contesta: J'ai vieilli. El "Doukipudonktan" es una transcripcion fonética de "D'où qu'ils puent donc tant?" (¿cómo pueden oler tan mal?) y viene a ser como una declaración de intenciones de lo que el lector habrá de esperar de esta increíble novela, escrita en néofrançais, esto es, en el intento de Queneau de eliminar la diferencia entre el francés escrito y el hablado. Un ensayo genial sobre la lengua hablada por los distintos sectores parisinos. Esta preocupación por las formas de la lengua llevó al autor a fundar en 1960 el OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potencielle), en el que se preconizaba la fusión entre las estructuras matemáticas y las literarias. La traducción española corrió a cargo de Fernando Sánchez Dragó e imagino que tuvo que trabajar bastante porque muchos términos y giros son endiablados.
Enfrentado a la tarea de filmar ese amasijo de ocurrencias surrealistas, incluidos los inevitables episodios oníricos, experimentos estilísticos y hallazgos lingüísticos, Malle optó por hacer un guión trepidante, en el que los efectos visuales y los gags sustituyen a la continua experimentación lingüística y lo hacen tan satisfactoriamente que el propio Queneau, aun reconociendo la gran distancia que había entre la peli y la novela, aceptó aquella sin reservas. Los personajes hablan como Queneau los hace hablar, pero se mueven y actúan al peculiarisímo y variadísimo ritmo que Malle les imprime.
Al mismo tiempo, los aficionados al cine de Malle, aun reconociendo su mano, hemos de admitir que Zazie tiene poco que ver con el resto de su filmografía. Quizá algo con ¡Viva María!, por lo acelerado del relato, pero muy poco con las pelis densas, crudas, amargas, como Ascensor para el cadalso o la fabulosa Le feu follet, los refinados dramas burgueses, como El soplo en el corazón (que me parece una película soberbia que tengo muy vista) o su último film, adaptación del Tío Vania de Chejov, sin olvidar el pedazo drama de Lacombe Lucien, la parcialmente autobiográfica Adiós muchachos y, por supuesto, la filmografía de la época norteamericana.
Casi medio siglo después de su estreno, Zazie sigue manteniendo el interés y la frescura del primer momento y cautivando por la incansable, velocísima concatenación de gags, muchos de ellos sacados explícitamente de los comedy capers, del cine mudo, como esas turistas alemanas que persiguen al tío Gabriel y tanto recuerdan a las "Sennet bathing girls" de Keystone.