diumenge, 18 de febrer del 2007

El proceso.

El Proceso de Kafka es como una sublimación y condensación de todo lo que de incomprensible y absurdo puede tener el procedimiento judicial, y cómo gravita éste sobre el destino de Joseph K. o sea, del ser humano. El que se abrió el día quince en Madrid une a ese rasgo común a todos los procesos ante los tribunales el muy peculiarísimo de que un sector de la opinión públicada (no necesariamente la opinión pública), el principal partido de la oposición y algunas de las partes personadas en el proceso no estén interesadas en que éste tenga feliz conclusión por los derroteros que se ha marcado sino, al contrario, lo estén en reventarlo, para abrir otro con otros acusados que no se sientan ahora en el banquillo y basado en explicaciones tan irrelevantes como absurdas.

Una de las características de esta campaña es su contumacia. A la vista de los sucesivos chascos a que condujeron uno a uno los diferentes scoops que iban a destapar por fin la verdad verdadera, obstinadamente oculta por intereses bajunos de prevaricadores y vendepatrias, pareciera que quienes los sufrían moderarían sus actividades. Al contrario; su fórmula es incrementar el acoso y no disculparse jamás. ¿Que se descubre que la pista del "ácido bórico" es un rastro de matacucarachas? Se acalla el asunto, no vuelve a mencionarse, a ver si se olvida y, para ayudar, se destapa otro escandalazo, el siguiente.

Durante los próximos días, semanas, meses, no se va a oír hablar más que del proceso por antonomasia. Por eso siento pereza de postear sobre él. Ya lo hará todo el mundo. (Así me he buscado una serie larga de motivos, para no estar reproduciendo imágenes que traerán todos los periódicos. Me valdré de una interminable ristra de refinadas viñetas que dibujó Aubrey Beardsley en los años noventa del siglo XIX). Y, además, mejor de lo que pueda hacer yo aquí, que nunca me enteré bien de los grandes descubrimientos del periodismo de investigación, o sea, una mochila, una furgoneta "kangoo" y una cinta o algo así de la Orquesta Mondragón, material más que insuficiente para intentar anular un proceso que consta ya de miles de páginas, de diligencias, pruebas, contrapruebas, testimonios, declaraciones, etc. Es como querer cambiar la red ferroviaria de un país por un tren de juguete, de esos que ponen a los niños por Reyes. Los que lo intentan, toman a la gente por niños.

El juicio de Atocha , con esos rostros tan exóticos y, al tiempo, ya tan conocidos, no importa mucho desde el punto de vista estrictamente jurídico, sino desde el del espectáculo mediático, porque en buena medida viene a ser una escenificación del choque de las civilizaciones. Aquí, alianza hay poca, me temo. Pero va a ser el lugar en el que se ventile la batalla política conducente a las elecciones de 2008. Conociendo la correosa estameña de quienes fabrican las insensateces sobre ETA en Atocha, que me recuerdan a Tartarin de Tarascón, pero en antipáticos, es claro que intentarán interferir en el proceso cuanto puedan para hacerlo descarrilar. En el fondo, los fabuladores de esta patraña son la verdadera defensa de los acusados del 11-M: en el peor de los casos, estos no serían más que los ejecutores materiales de una pelea entre cristianos.

Una última consideración. A propósito del 11-m se oye hablar mucho de "guerra de medios". Esa es una expresión sesgada, como la de que "todos los políticos son iguales" o "todos los partidos están en la crispación". Todos los partidos no "están en la crispación". Basta con ver el telediario en cualquier cadena, incluida la del PP en la Comunidad de Madrid, TeleMadrid, para darse cuenta de que la crispación, las agresiones vienen casi siempre (no siempre, desde luego) del lado del PP y organizaciones cercanas, como la AVT o el Foro de Ermua. Hay poca agresión o crispación procedentes del PSOE que, además, si tiene organizaciones afines, no las moviliza.

Y lo mismo sucede con eso de la "guerra de los medios". No hay "guerra de los medios": hay unos medios que actúan como si todo valiese, sin criterios deontológicos y con una forma de periodismo crispado y agresivo que los demás no tienen. Se podrá decir lo que se quiera de la SER, pero no hay agresiones desde ella, crispación u hostigamiento. Y lo mismo sucede con El País, del que se pueden decir muchas cosas, pero no que manipule o quebrante normas deontológicas como hace El Mundo.