Es el título de una novela de Alexander Herzen, filósofo ruso del siglo XIX, que yo tomé para una mía de finales del XX. Y ahora, ¿quién tiene la culpa del atentado de ETA en Barajas el 30 de diciembre del año pasado? Los días 31 de diciembre y 1º de enero parecen dos como limbos informativos o noticiables; nadie está ni para la noticia. Los políticos son entonces como los fenomenólogos y ponen lo noticiable entre paréntesis, pendiente de determinación, el paréntesis de dos días de jolgorio (el uno) y resaca (el otro). Como no hay noticias, no hay realidad. Y así fue el dulce limbo de la salida y entrada del año, en que el zambombazo de Barajas se fragmentó en millones de taponazos de botellas de cava. Pero, luego, el día dos, ya hubo un estruendo en los medios parecido al que había originado el atentado tres días antes. Y por la noche, las televisiones echaban humo. Pude ver dos tertulias, en una de ellas estaban doña Rosa Díez y el señor Mayor Oreja, mientras que en la otra comparecían los señores López Garrido y Zaplana, ambos dúos rodeados de una pléyade de inquisitivos periodistas, unos más del PP, otros más del PSOE y otros más del uno y del otro al mismo tiempo. La cuestión consistía en averiguar qué había pasado: qué había pasado para que los dos partidos trajeran discursos distintos, cuando no antagónicos de aquellos con los que se habían ido de fin de año. En todo caso, es asombrosa la celeridad del cambio del PP: ha pasado de pedir el cese de las negociaciones a exigir responsabilidades porque hayan fracasado, es decir, hayan cesado. Al final, el argumento era machacar y machacar pidiendo responsabilidades por un fracaso de algo que no podían probar que hubiera sucedido. Había que ver con qué convicción enhebraba Pedro J. sus letanías de equivocaciones del Gobierno, equivocaciones todas imaginarias. Está claro que el Gobierno no ha hecho nada de nada en relación al proceso, así que la crítica de la derecha es inane.
De otro tipo es la de la izquierda que, al contrario que la derecha, acusa a Zapatero precisamente de no moverse, de no haber tomado algunas de las medidas que pedían los nacionalistas, de no haber hecho nada. Unos lo critican por hacer (mal) y otros por no hacer. Y ambos grupos coinciden en culparlo del atentado. Algo verdaderamente sorprendente.
Pero el cambio más sorprendente se ha dado en el mismo PSOE que, en el día de ayer, sin ninguna alteración en otros asuntos, pasó de suspender las iniciativas de negociación a dar ésta por rota, destruida, aniquilada. Lo primero, por boca del señor Rodríguez Zapatero; lo segundo, por la del señor Rubalcaba. Esa rotundidad con que el señor Rubalcaba contradecía las palabras de su jefe no le venía tan sólo de su condición de ministro del Interior, por más que dicha condición parece prevalecer sobre cualquier otra consideración de quien ostenta el cargo. También ayuda que el señor Rubalcaba esté radicalmente en contra del derecho de autodeterminación. Pero, con el pronunciamiento del señor Rubalcaba, se pronunciaba el Gobierno, coincidiendo de modo expreso y por tres veces con la oposición (señor Rubalcaba vs. señor Astarloa), lo que es absurdo.
Una de las explicaciones en que más insistí durante ese tiempo fue en el uso de un modelo de teoría de juegos de dos jugadores de suma no cero y en concreto, me valí del ejemplo del gallina, esto es, pierde el primero que se aparta en una posible colisión de frente. El juego es de suma no cero porque los dos jugadores pueden perder o ganar. Está claro que aquí quien ha perdido ha sido ETA que es quien se ha apartado con el bombazo. La estrategia del PSOE era ganadora porque, haciendo unas negociaciones y boicoteándolas al mismo tiempo, como ha hecho el señor Rubalcaba, se gana siempre. Pero, de hecho, sumándolo todo, han perdido los dos jugadores y hemos perdido todos.
Cuesta admitir que la tregua se haya roto por tercera vez y que volvamos a los años de los atentados y los coches-bombas. Pero parece que así es.