dilluns, 22 de gener del 2007

Memoria de otra canallada.

Ya he dicho que hay cartas de los lectores en los periódicos que debieran publicarse, qué sé yo, en el BOE, quizá. Reproduzco una de ayer de El País, firmada por don Emilio García García:

"Son tiempos de memoria histórica. Nadie recuerda ni busca dónde está tu tumba, dónde reposan los huesos cuya carne, según dicen, fue privada de su piel cuándo aún contenía un ser vivo. Andrés Nin, doblemente olvidado, por el bando de los vencedores y de los vencidos. Es la suerte de los heterodoxos, ser doblemente vilipendiados, por aquellos que identifica como enemigos y por los aliados a los que critica. Décadas después lo dijo un cantautor francés, creo que Brassens: a los hombres no les gusta que uno tenga su propia fe. Pero, Andrés, los hay que seguimos preguntando dónde estás."
Tiene Vd. razón, don Emilio. Y debiéramos hacerlo a gritos. El secuestro, tortura y asesinato de Andreu Nin a manos de unos esbirros comunistas españoles, probablemente al mando de otro sicario soviético, es uno de los crímenes más repugnantes de la guerra civil española. Para mayor infamia, Nin era un hombre de trayectoria izquierdista intachable y entrega a la causa por la que también decían combatir quienes lo asesinaron de tan vil modo. En el caso de que Nin hubiera caído en manos de los facciosos, lo hubieran fusilado sin más. Los comunistas se les adelantaron y, además, según parece, hicieron el trabajo con especial saña de torturadores profesionales.

Es estupendo que, cuando se apruebe, la Ley de la Memoria trate de sacar a la luz los crímenes de los franquistas. Incluso me parece que es una ley pacata y, por tanto, desleal a la memoria de las víctimas. Pero me pregunto con qué autoridad moral podemos las izquierdas (en este caso los comunistas) hablar de estos asuntos si, al mismo tiempo, no exigimos que se establezca la verdad de los crímenes cometidos en nombre de las ideas que unxs u otrxs profesamos y cuando todavía hay tanta canallada por esclarecer, especialmente en el caso de las "dobles víctimas".

Salvo el tiempo en el que el señor Leguina fue presidente de la Comunidad de Madrid y en que se hicieron algunos intentos infructuosos por encontrar los restos de Nin, no tengo noticia de que nadie haya vuelto a intentarlo. Y si, como parece, el asesinato del dirigente del POUM lo ordenó y presenció el ruso Orlov, resulta sorprendente que, ahora que se han abierto los archivos secretos del régimen soviético, siga sin saberse nada de Andreu Nin y a la pregunta escrita por las paredes de "¿En dónde está Andreu Nin?" pueda seguir contestándose, como hacían los asesinos y sus amigos, escribiendo debajo "En Salamanca o en Berlín".

Queda mucho que hablar todavía...