Nunca llueve a gusto de todos. Nunca los fallos de los tribunales complacen a todo el mundo. Pero la mayor ventaja que le veo a la civilizada costumbre de respetar siempre las decisiones de la justicia (de la justicia legítima y legal en un Estado de derecho, claro, no de la llamada justicia ilegítima, aunque sea legal, en una tiranía) es que, cuando una de ellas te agrada, puedes saludarla con júbilo. Que es como he recibido la noticia del auto del Tribunal Supremo por el que respalda plenamente la instrucción realizada por el juez del Olmo en el caso del atentado terrorista del 11-m, frente a la querella presentada por el sindicato Manos limpias, que es una organización ultraconservadora, constituida en la estela de las famosas mani pulite italianas. El auto del alto tribunal reafirma la escrupulosa legalidad de la instrucción del juez del Olmo y aprecia indicios del delito de denuncia falsa en el querellante Manos Limpias que ahora pasa de acusador a acusado, aunque, por lo que a este blog respecta, se beneficiará del principio de presunción de inocencia.
Eso, claro, en cuanto a lo jurídico. Aplausos fervosorosos al fallo del Supremo que permite que resplandezca la verdad desnuda, como en la bellísima alegoría de la Justicia, de Lucas Cranach, de 1537.
Vayamos ahora a los aspectos políticos de este contencioso. Lo primero que llama la atención es que la noticia, que merece una página en El País, entrada propia en el InSurGente, con el divertido título de "El PP, de los nervios" y lugar destacado en El Plural, no aparece en El Mundo ni en Libertad Digital, o yo no he sabido encontrarla. Raro ¿verdad? Y ¿por qué será? Obviamente, las repercusiones políticas de este auto se harán sentir. Porque esa acusación (sobre la que ahora el Supremo ha ordenado investigar por indicios racionales de falsedad en la acusación) ha estado durante meses en las portadas de los dos medios citados, día va y día viene y ha servido a la oposición para interpelar repetidamente al Gobierno. Es decir, tanto los dos periódicos, como otros medios audiovisuales y, desde luego, la oposición, han tratado de sembrar dudas sobre la legalidad de la instrucción, en un gesto que los enlaza con las peores tradiciones de lxs demagogxs y amarillistas, dispuestxs a destrozar los mecanismos e instituciones que garantizan la vida misma de la sociedad con tal de obtener réditos políticos.
Por supuesto, desde el comienzo mismo del aluvión de fábulas y patrañas con el que se intentó desprestigiar la acción de la justicia en nuestro país, torpedear la de gobierno y engañar colectivamente a los españoles con unos cuentos que parecían pensados para niños no muy despiertos, estuvo claro que la campaña era eso, una campaña orquestada por gentes sin escrúpulos (ni sentido del ridículo) llena de invenciones abracadabrantes, "confesiones" compradas de confidentes, mentiras, embustes y pura fición. Todxs los que iban de manifa en manifa gritando aquello de "queremos saber" daban crédito a las historias más fantásticas, desde la cinta Mondragón hasta el ácido bórico. Tan insistente y machacona (puro estilo goebbelsiano) llego a ser la campaña que empezaron a aparecer videos de burla y risa. Probablemente, el más divertido (al menos, el que más gracia me hizo) es el que reproduzco sobre Los agujeros negros de Luis Pepino, que me encontré este verano en You Tube, en donde lo había colgado Radiocable. Es genial. Merece la pena verlo (y escucharlo) otra vez. (¡La historia de la mochilita de Vallekas!). Pinchen sobre la imagen; les aseguro que van a partirse de risa.
Porque la tomadura de pelo, tratando de enmarañarlo todo para hacer creer a la gente que el PP no había mentido sin escrúpulos con motivo del 11-m era obvia para todo el mundo, excluidas las personas -que siempre las hay- que no querían verlo. Para éstas se alza ahora la verdad judicial irrefutable: Libertad Digital, El MUndo, la COPE, e tutti quanti, sí exactamente, todos esos que se pasan la vida hablando del imperio/monopolio de Polanco, mintieron y fabularon cuentos de verdadera risa, y el PP los secundó como un solo hombre, tratando de que el gobierno naufragara con las alucinaciones de sus periodistas orgánicos.