dilluns, 6 de novembre del 2006

LA LEY DE LA HORCA.

No salgo de mi asombro. ¿Quién puede tomarse en serio esa farsa con la que se ha condenado a muerte a Sadam? No digo que el tirano no merezca condena, la máxima que la ética de cada cual establezca (pena de muerte, cadena perpetua) una y mil veces. Lo que digo es que ese juicio ha sido una farsa y la condena, a 48 horas de las elecciones legislativas estadounidenses, una especie de siniestro sacrificio humano. Vamos, que el señor Bush ha puesto la cabeza de Sadam en la mesa electoral igual que Salomé puso la del Bautista en la mesa de Herodes.

Alguien comparó al comienzo este proceso a Sadam con los de Nurenberg y, efectivamente, tienen notas en común, la más importante de todas, que se trata de casos de la "justicia del vencedor" que nunca, mientras el mundo sea mundo, será justicia, sino algo más parecido a lo que representa Jacques Callot (siglo XVII) en "Ahorcados". Frente a la "justicia del vencedor" sólo cabe invocar el fatídico Vae victis! de los romanos. Vae Sadamis!

Los europeos, compungidos, rezongan que no están de acuerdo con la pena de muerte, pero no cuestionan el proceso judicial por el que se ha llegado a ella. Y, sin embargo, es de risa. Lo primero que han de tener los jueces en cualquier lugar del planeta es independencia y ¿cuál es la independencia de unos jueces que actúan en un país invadido y ocupado por otro? Estos ultraconservadores en el poder en los EEUU no van a dejar hueso sano al orden social que dicen defender. ¿O pretenden decir que, al fin y al cabo, en el Irak no es menester que los jueces sean independientes? Capaces son.