dimecres, 11 d’octubre del 2006

TODOS SOMOS YANKE; AL MENOS, YO.

Buen revuelo se ha armado con el fulminante despido del señor Yanke de Telemadrid. El asunto se ha comentado en todos los medios no directamente vinculados al PP o al Gobierno madrileño. Y en algunos aún reverbera. Pablo Sebastián, parte implicada, pues él se va junto con el despedido, publicaba ayer un artículo en su periódico, Estrella digital, en el que también colabora el Sr. Yanke, explicando las razones del despido: que el señor Yanke no mantiene el exigido grado de fervorosa adhesión al delirio conspirativo del 11-M urdido por El Mundo, voceado por la COPE y aireado por la cadena autonómica del Gobierno de Madrid.

La señora Aguirre, quien dice ser liberal, supongo que con el tipo de liberalismo del señor Haider en Austria, quiere fidelidad perruna (como la que reclamaba el Salvador de Alemania a través de la radio) y, al no obtenerla del Sr. Yanke, lo ha despedido. Experimenta éste en propia carne cómo las gastan los suyos. Y con el guirigay que se ha organizado en relativa sottovoce (nunca es rentable solidarizarse mucho con los represaliados) pensé que podría hablar de un caso parecido, el mío, al tiempo que me solidarizo con el despedido.

El poder, todo poder, pero especialmente el neoconservador, no tiene escrúpulos cuando se trata de controlar los medios de comunicación. Al ganar las elecciones de 1996 el PP se propuso acabar con el grupo Prisa, llevando a sus dos principales responsables a la cárcel, y eliminar de los demás medios de comunicación a todas las voces discrepantes. El primer objetivo fracasó y la maniobra judicial con que el Gobierno intentó quebrar la fuerza del citado grupo se tornó en un juicio con condena por prevaricación contra el juez que se había prestado a darle una apariencia de legalidad, el señor Gómez de Liaño. Hablaba de ello en un artículo que publiqué en El País en 1998, titulado La asfixia de la libertad de expresión. Lo que no conté en ese artículo, y voy a hacer ahora resumidamente, es la parte que me tocó en el cumplimiento del segundo objetivo.

En 1998, Miguel Ángel Rodríguez, bien instalado en La Moncloa como Secretario de Estado de Comunicación, quería limpiar los medios españoles de izquierdistas. No, claro, de los "verdaderos izquierdistas", seguidores del señor Anguita, sino de los "odiosos felipistas". En ese momento, Luis del Olmo decidió prescindir de mí abruptamente en su programa Protagonistas. Él lo justificó en la necesidad de subir la audiencia (equivalente a las "restricciones presupuestarias" en el caso del señor Yanke), mientras yo me malicio que daba cumplimiento a las indicaciones de La Moncloa en un tiempo en que se repartían licencias de radio, medio de adoctrinamiento fundamental ya desde mucho antes de Queipo de Llano.

Algo después estalló un conflicto en la COPE que terminó con el despido de una distinguida presentadora, Mari Cruz Soriano, quien en declaraciones a "Tribuna de Actualidad" aseguraba que la emisora tenía listas negras y que este modesto bloguero estaba en una de ellas.

Poco antes, a raíz del procedimiento judicial de los GAL, como se me ocurriera publicar un artículo en Diario 16 en el que sostenía que el Vicepresidente del Gobierno, señor Álvarez Cascos, no era digno de crédito por embustero (si bien nada comparado con lo que vino después, el 11-M famoso), me encontré en 24 horas tan radicalmente fuera de aquel simpático periódico como el señor Yanke de la emisora.

Me quedaba El Periódico de Catalunya, un diario liberal (aunque no al estilo de la señora Aguirre, supongo), en el que publicaba alguna nota de vez en vez. Hasta que escribí una mostrando simpatías con el pacto de Estella o Lizarra/Garazi. Como en Diario 16, 24 horas y a la calle. Es el pluralismo: en unos sitios te echan por unas causas y en otros, por otras. Cierto, El Periódico avisa de que no se identifica con las opiniones de los articulistas; pero olvida decir que los articulistas sí tienen que identificarse con las opiniones del periódico.

Acudí a El país y la SER. Pero ahí no me han querido nunca por motivos complejos, aunque bastante obvios, que expondré en otra ocasión y que tienen que ver con la peculiar relación de ese grupo con el PSOE y otra no menos peculiar del PSOE con un servidor, asunto del que también escribiré algo, llegado el momento. Se trata de una historia de clara exclusión y persecución parecida (aunque agudizada) a la del señor Yanke y muchos otros señores Yanke que hubo en el pasado y habrá en el futuro (en este momento, todos somos Yanke) en un sistema en el que el poder de los barandas de los partidos es casi omnímodo.

Un caso lleno de enseñanzas. Espero sirva a esas ilustres nulidades que andan cavilando sobre los misterios de los medios, poniéndome de ejemplo de lo que pasa cuando sales a defender lo que supones que es la verdad con criterio propio (ellxs lo plantean de otro modo) y preguntándose que será de mí.

Pues aquí estoy, tan contento con el blog. Lo explicaba en el post del otro día del diálogo entre el bloguero y el plumilla: aquí soy libre y no tengo que temer represalias de las derechas o las izquierdas por escribir lo que pienso. Pues esperar que alguna vez escriba lo que no pienso es esperar sin esperanza. Bueno, aquí y en el InSurGente, donde me han dado generoso cobijo, aunque tampoco sin resquemores. Lo expresaba muy bien uno de los lectores al calificarme de "imprevisible". Muchas gracias. Mi pregunta es: ¿no debieran ser "imprevisibles" todxs lxs que escriben? O ¿es que la gente gusta de leer a escritorxs y articulistas "previsibles"?

Va a ser eso.