dissabte, 7 d’octubre del 2006

MOROS, NEGROS, SUDACAS...

El orden de preocupaciones de la opinión pública española está cambiando sensiblemente en los últimos meses. El terrorismo y el paro, dos fantasmas familiares en lo que los estudiosos llaman el "imaginario colectivo", ceden el podio a la inmigración ilegal. Las imágenes de este verano, el goteo de cayucos en los que se arraciman gentes escupidas por la miseria del África, los muertos en los trayectos actúan como heraldos de una catástrofe inminente: la invasión de España por los africanos desharrapados. Cuando el asunto se plantea en algún foro público, la población se entera de que, si por el mar llegan los africanos, por el aire lo hacen los latinoamericanos, y por carretera los europeos orientales. Añádanse los relatos sobre creciente inseguridad, la actuación de las mafias y se tiene el cuadro del completo espanto que dará lugar a actitudes xenófobas o cerradamente nacionalistas como la que han mostrado los suizos en sus últimas elecciones.

Europa está siendo invadida por tierra, mar y aire. Corresponde, pues, defender las fronteras, impermeabilizarlas, impedir que los hambrientos del extrarradio se cuelen en las ciudades prósperas. De ahí que la Unión Europea haya decidido "reforzar su frontera sur". Es curioso que los europeos olviden tan pronto que nuestro continente pasó años expulsando a millones de sus habitantes a los EEUU. En el cuadro de la derecha (de la revista trimestral del Fondo Monetario Internacional del mes pasado) se puede ver cómo entre 1907 y 1915, más o menos, Europa "exportó" unos diez millones de hijos suyos, de los que seis o siete eran de Europa meridional y oriental. En este año de 2006, según Le Monde, han llegado a Canarias unos 27.000 africanos. Ni color. No obstante se dice que España no es tan grande como los EEUU; exactamente el argumento que emplean los malteses (Malta tiene unos 400.000 habitantes) en relación con España, cuando les llegan unos cientos de africanos, y piden que se los lleven: Malta es pequeña y los índices de población extranjera se incrementan.

La preocupación no solamente es europea, sino mundial. En el último informe de la ONU, si no recuerdo mal, se daba una cifra de 200 millones de emigrantes en el mundo (176 en el año 2000), lo que suscita el temor a la pérdida de la homogneidad étnica y cultural de la población y al ascenso de la proporción de extranjeros. En los EEUU, ese temor ha conducido a la promulgación de otra ley inicua (digo "otra" porque hace un par de días, el Congreso aprobaba una igualmente inicua, legalizando la tortura a la que, por supuesto, no llama por ese nombre) que ordena construir una valla de unos 1.200 km, a lo largo de la frontera con México. Con qué facilidad olvidan los decendientes de los inmigrantes en Norteamérica que ellos son eso, descendientes de emigrantes que un día se embarcaron hacia un destino incierto, como lo vio Ford Madox Brown, un prerrafaelista moderado, hacia 1855. The Last of England. La joven pareja mira con tristeza la patria que va a dejar atrás quizás para siempre. Ahora, los descendientes de esos quieren impedir que los mexicanos crucen la frontera con su país para acercarse a la mesa del rico Epulón. El rico Epulón se fortifica. Los estadounidenses con su valla de 1.200 kms, los europeos reforzando su "frontera sur".

En esta actitud represiva, con mejor o peor conciencia, participan todos los políticos. En España, los sociatas estrenaron mandato con una regularización masiva que, según sus adversarios ha provocado un "efecto llamada", pero ya han dicho hasta la saciedad que se acabaron las regularizaciones. ¿Política de inmigración? Reforzar las fronteras, patrullar las aguas, detener las embarcaciones de emigrantes y devolverlas al punto de salida. Con estos desgraciados no reza el principio grociano de libertad de los mares.

En los EEUU la situación es similar. A favor de la ley represiva republicana ha votado un puñado de senadores demócratas, entre ellos, Hillary Clinton, lo que no se compadece con las raíces liberales del democratismo estadounidense que la dama quiere encarnar. Todo sea por la Casa Blanca, objetivo al que aspira la mujer del expresidente y al que dedicó su fervoroso apoyo a la guerra ilegal del Irak (cosa que puede costarle cara) así como ahora a la construcción de esa valla de la vergüenza. Porque es una valla de la vergüenza, como lo fue el muro de Berlín y lo está siendo ya el de Cisjordania.