Otra alma caritativa, de las que hay abundancia en la blogosfera, puso anteayer el enlace a You Tube para ver el dúo Dylan-Cash en Girl of the North Country. Pues nada, a disfrutar gracias a Daniel, que dejó el enlace y que, por cierto, tiene un blog muy chulo, llamado La coctelera, lleno de gratas sorpresas.
No quiero ponerme pesado (aunque eso es lo que dicen siempre quienes luego se ponen, no pesados, sino insoportables) pero los blogs arrasan. Un paseo por la red de blog en blog es como ir saltando de tronco en tronco, de los que bajan nadando por la corriente del río (logs), divertido aunque peligroso; como ir de diario en diario y, por lo tanto, de mundo (interior) en mundo (interior). Cada cual habla de lo que le interesa y como le interesa, lo ilustra como le apetece, se pone el nombre que gusta y adopta la personalidad que le place.
En ese burbujeo de mundos interiores se forman redes, generalmente siguiendo pautas de las "afinidades electivas" goethianas, oscilantes, multiformes, tejidas con nudos que tienen identidades cambiantes, escindidas y, muchas veces, imaginarias. ¿Cuánta gente tiene ya la experiencia de diálogos en que una de las partes, quizás las dos, hablan como si fueran algo distinto de lo que son? Como viejos, siendo jóvenes; como mujeres, siendo hombres, como A siendo B. Si viviera Pirandello, pensaría que el mundo se le había metido en el escenario y a lo mejor le daba un ataque y acababa como la dama de Shangai: a tiros con los reflejos.
La blogosfera es una realidad virtual cuya influencia es imparable. No hay ya partido que no tenga muy presente esta nueva línea de acción política ni político que no ande trasteando con un blog e invitando a los electores a visitarlo en la vana esperanza de que los diálogos no se le vayan de madre. Que la blogosfera es peligrosísima porque la mezcla de publicidad y anonimato es explosiva. Y no hablemos de la rapidez con que circula la información. Díganselo, si no, a los que estaban en el gobierno el 11-M, que todavía no saben de dónde les vino el sopapo.
Ayer se conmemoró el 75 aniversario del voto femenino en España, uno de los adelantos más notables de la República. Amelia Valcárcel publicaba un interesante artículo en El País hablando del enfrentamiento entre Clara Campoamor y Victoria Kent, quien se oponía al voto de las de su sexo con argumentos que había aprendido de los hombres sedicentemente avanzados: que el voto de las mujeres sería retrógrado. Las izquierdas en contra del sufragio femenino. Lo que son las cosas. Y no sólo las izquierdas: también los más egregios pensadores liberales. Gregorio Marañón escribió un opúsculo vaticinando que el voto femenino sería el voto de la Iglesia. Qué ojo.
Pero lo que debe señalarse en esta aparente paradoja no es lo que tenga de error, que es mucho, sino lo que tiene de malintencionado e hipócrita: oponerse a la justicia y al progreso en nombre del progreso y la justicia. ¿Una refinada iniquidad o simple muestra de prejuicios y estólida obcecación? Valcárcel lo califica de estrategia archisabida: que sea una mujer quien se oponga a los avances feministas. Pues más o menos como hoy, con esas críticas tan progres a la legislación de paridad, la acción afirmativa, la discriminación positiva y las cuotas y otras fórmulas para sacar a las mujeres de la situación de subordinación e inferioridad en que todavía se encuentran. Se trata de parar el avance de las mujeres con razonamientos especiosos en los que se invocan hasta las tradiciones revolucionarias de la igualdad y el Estado de derecho. Y si, además, se consigue que sean las cipayas las que vayan soltándolos por ahí, mejor.