divendres, 8 de setembre del 2006

Esto no es el fascismo; pero se le va pareciendo.

El señor Bush, los dioses lo iluminen, se ha lanzado como un torbellino a la campaña electoral parlamentaria de noviembre con tres discursos apocalípticos (a la par que integrados) sobre su tema preferido, el terrorismo. La gente se apoltrona, ha debido de pensar, y hay que meterle el miedo en el cuerpo. Así cree "vencer a las encuestas" que son muy negativas para los republicanos. Lo bueno es que, en su fervor mesiánico, el señor Bush ha reconocido la existencia de cárceles secretas de la CIA en el extranjero. No dirán que el pavo no habla claro: en los casos en que los suyos deciden capturar a personas que les parecen sospechosas de actividades terroristas (y sin ponerse exquisitos en cuanto a dónde se producen las capturas), se encuentran con que: “ha sido necesario trasladar a estos individuos a lugares secretos, donde pudieran ser interrogados por expertos y, si procede, procesados por sus actos de terrorismo” En cuanto a los métodos empleados en los interrogatorios, franqueza: "No puedo describir los métodos específicos usados y Vds. entenderán por qué. Si lo hiciera, ayudaría a los terroristas a resistir los interrogatorios y a ocultarnos información que necesitamos para prevenir ataques nuevos a nuestro país.
Pero puedo decir que los procedimientos fueron duros, seguros, legales y necesarios.

(Lo cito textual, porque lo saqué del NY Times, pero no puedo poner el enlace porque en el de hoy ya no viene, y no encuentro la maldita hemeroteca, si la tiene. El primer párrafo, en todo caso, aparece en El Plural de hoy).

Doctrina de la "seguridad nacional", que aplicaron las dictaduras del cono sur en los años 70. Sorprende el aplomo con que se pueden decir y hacer estas barbaridades al tiempo que se sostiene ser paladín de la civilización occidental y heredero de la Revolución Francesa, que empezó asaltando La Bastilla, una cárcel en la que se ingresaba por motivos secretos; heredero asimismo de la institución del habeas corpus; cuando se es presidente por haber jurado una Constitución que garantiza el derecho a un juicio justo, prohibe los Bills of Atteinder y todo tipo de mermas de las garantías procesales de las personas.

Es claro que ese discurso bordea el fascismo si bien, al menos nominalmente, aún no lo es. El Presidente se indigna de que los criticos hablen de torturas en Guantánamo. Se indignará lo que quiera (por cierto, con argumentos típicos de torturador, como que los detenidos mienten porque los han entrenado para ello), pero tortura es y será siempre tener a personas privadas de libertad durante más de cuatro años sin ponerlas a disposición judicial ni comunicarles las acusaciones contra ellas. Y quienes ordenan, ejecutan o consienten tal ignominia son torturadores.

Además, con el fin de soslayar la reciente decisión contraria del Tribunal Supremo sobre Guantánamo, el Presidente pide al Congreso que establezca por ley unos tribunales militares que aquél le negó. Es decir, va a enfrentar a dos poderes del Estado. Y el Congreso le sigue. De momento, ya está perfilando una proposición de ley que reduce al mínimo las garantías procesales de los acusados en Guantánamo.

Es decir, esto no es fascismo porque, en principio, se guardan las formas y se pide la aprobación parlamentaria para medidas restrictivas de libertades, a veces, tras haber intentado ocultarlas, como en el caso del programa de escuchas telefónicas. Hasta se pide su ampliación en una especie de frenesí espía. No es fascismo porque, al menos retóricamente, los estadounidenses "no torturan", según afirma el señor Bush una y otra vez y, de momento, sigue siendo posible manifestarse en Nueva York en contra de la tortura en Guantánamo, como se ve en la foto adjunta, por cierto muy realista: hombres encapuchados y encadenados en jaulas. Pero eso no es tortura, no señor. Lo preocupante, no es que es esa negación pueda ser desmentida por hechos como los de Abu Ghraib, que siempre podrán considerarse excepcionales. Lo preocupante es que, para congraciarse con el Ejecutivo, el Parlamento acepte un concepto tan estrecho de esta práctica delictiva, que acabe autorizando métodos que mucha gente -entre la que me incluyo- considera tortura.

Una ley que despoja a unas personas del derecho a un juicio justo (incluido el derecho a no ser torturado) en función del peligro potencial que puedan suponer para la seguridad del Estado a los ojos de la Administración es una ley inicua, propia del fascismo. Y del comunismo, dicho sea de paso. Pero la comparación comunista no procede aquí porque falta la socialización de los medios de producción en un Estado que lo privatiza todo, hasta la guerra en buena medida.