dijous, 30 de setembre del 2010

Piquetes violentos.

La rehala de comentaristas liberales -de ese liberalismo patrio de cristazo y tentetieso- bate al unísono que la huelga de ayer fue un fracaso total a pesar de la violencia de los piquetes. Ya había sido tema recurrente en las jornadas anteriores: la huelga saldría en donde hubiera piquetes violentos. Al margen de que esto sea cierto o no, pues es mera suposición, sí lo es que, en realidad, la expresión "piquetes violentos" es casi redundante pues los piquetes suelen ser violentos. Ese adjetivo de "informativos" viene a ser una excusa para justificarlos. Por tanto los piquetes violentos son condenables porque en nuestra sociedad, que se dice civilizada, condenamos toda violencia.

Condenamos toda violencia siendo de suponer que sabemos qué condenamos, esto es que sabemos qué sea la violencia. Y eso es problemático. De entrada no es cierto que condenemos toda violencia sino solamente la que no proviene del Estado ya que la de éste nos parece legítima. ¿Y sólo hay esas dos violencias, la ilegal de los piquetes y la legítima del Estado? De nuevo depende de lo que se entienda por violencia. Si se ve como la aplicación de la fuerza física, la coacción material con resultado de violación de derechos, no hay duda; pero si se entiende asimismo como la aplicación de la fuerza psíquica, la coacción moral con igual o peor resultado, empiezan los problemas. Y sin embargo violencia es; y peor.

Para entender la violencia empresarial basta ponerla por pasiva. La siniestralidad laboral en España es altísima. El de obrero es un oficio de riesgo. Según los datos del Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo, entre agosto de 2009 y julio de 2010 hubo en España más de medio millón de accidentes leves, 4.756 graves y 591 mortales. Lo que equivale en un año a la mitad de los asesinados por ETA en toda su historia. Y sólo en el tajo. Eso no se clasifica como violencia, pero lo es porque afecta al derecho fundamental por excelencia: el derecho a la vida y está presente en todos los países. Si alguien piensa que exagero, que explique porqué los trabajadores de Apple en Taiwán se suicidan a puñados, once suicidios en lo que llevamos de año, algo más de uno al mes.

Hay en España casi cinco millones de parados, personas que sobreviven como pueden en medio de su zozobra sobre si conseguirán salir de ésta. Ello no es únicamente culpa de los empresarios y financieros sino que el Estado se lleva también su parte. Lo mismo que con la siniestralidad en la que, al margen de la imprudencia que pueda darse entre los trabajadores, la mayor culpa recae sobre los patronos por no imponer la seguridad y sobre las autoridades públicas por no vigilar que sea así. El paro no se considera violencia, pero lo es y afecta a otro derecho fundamental, aunque con menor protección jurídica, el derecho al trabajo. Es una forma de violencia intrínseca a las relaciones capitalistas de producción.

Según cálculos del INE basados en la Encuesta de Condiciones de Vida para 2004 la tasa de pobreza en nuestro país era de casi el 20 por ciento de la población, unos nueve millones de personas. La pobreza es una forma de violencia que atenta contra el derecho a llevar una vida digna. Y es así porque no es una condición natural o genética sino producto de unas relaciones sociales (mal) determinadas. Es violencia que se desprende del funcionamiento normal del mercado.

Violencia es el conocido y generalizado chantaje empresarial de amenazar con el despido al posible huelguista. Téngase en cuenta que los precarios alcanzan los once millones, chantajearlos es muy fácil y sale gratis porque no se detecta, no es violencia física. Simplemente, no te renuevan el contrato, cosa que no se puede denunciar. No aparece como violencia, pero lo es y de las más duras porque el personal se juega el cocido. Y junto a ese chantaje, tan extendido como oculto, ¿no es violencia el acoso sexual y el acoso laboral que sólo recientemente han comenzado a ser tratados por lo penal? Pero sólo recientemente. Y afectan al derecho al honor, a la intimidad, a la salud.

El señor Díaz Ferrán, patrono de patronos, entre otras lindezas, ha dejado de pagar el sueldo de los empleados de una de sus empresas durante tres o cuatro meses: decenas de personas, de familias, que viven endeudándose o recurriendo a la solidaridad de parientes y amigos y sin saber si cobrarán o no, si trabajarán o no. Igual que el Ayuntamiento de Madrid, que lleva tres meses sin pagar la nómina de los empleados de recogida de basuras que dependen de un intermediario. Esa dejación atenta contra el derecho a la dignidad humana puesto que obliga a las personas a trabajar gratis, como los esclavos. Es violencia aunque no se clasifique como tal, y aunque el responsable no solamente no sufra el condigno castigo sino que sea el representante de los empresarios.

Es un sistema perverso, basado en la violencia de las relaciones económicas injustas pero que reduce la acusación de la práctica de aquella a una actividad concreta de un sector social determinado un día cada seis u ocho años: los famosos piquetes que, sin embargo, no son sino una manifestación esporádica en un contexto de violencia cotidiana que no se admite como tal. El capitalismo es un sistema fundamentado en la violencia y reducir ésta a la que practiquen ocasionalmente los desfavorecidos es una muestra de hipocresía.

De eso se encargan las cohortes mediáticas que todos los días dominan las ondas con fuego graneado de infamia, insulto y ataque, una violencia verbal incontenible, a lo largo de la trinchera, permanente, acorazada frente a cualquier tentación dialogante. La violencia verbal, las injurias, los exabruptos, son violencia a secas con resultado de atentado al derecho a la información y a la discreción, la cortesía y el buen gusto, que no son derechos pero debieran serlo.

Al condenar la violencia se condenan muchas cosas, bien se ve. No hay inconveniente en comenzar con la de los piquetes. Vayamos ahora a la del paro, la siniestralidad laboral, la precariedad, la subalternidad de las mujeres, la pobreza. Luego, ya veremos.

La imagen es una foto de Ferminius, bajo licencia de Creative Commons.