Complejidad de la política catalana. Unas renuncias aumentan diputados, al tiempo que los presos políticos Rull, Turull y Sánchez ocupan sus escaños y el independentismo amplía su presencia institucional. Pasadas las europeas, si también renuncian Puigdemont y Comín, volveremos a una holgada mayoría parlamentaria, que permitirá seguir adelante con el mandato del 1-O y superar la parálisis a que el empate en la composición del Parlamento tenía sometida su acción. Si los diputados de la CUP aclaran más su posición, cabe acelerar el cumplimiento del mandato y articular de forma más eficaz la resistencia en un contexto de ataque renovado del unionismo.
El gobierno insiste en su voluntad dialogante en situación de "normalidad". Pero ni la situación es normal ni el gobierno tiene voluntad dialogante sino, al contrario, de imposición y trágala con las correspondientes dosis de desprecio. En cuanto a la normalidad, se intensifica la judicialización y la represión. El presidente de la Generalitat, procesado por desobediencia. Una docena o más altos cargos y funcionarios también procesados y con peticiones de la fiscalía de años prisión por pertenencia a "organización criminal". Una vez abierta la veda de criminalización del independentismo por el 1-O acabaarán procesando a más de dos millones de catalanes.
Para evitar este ridículo de proporciones pantagruélicas, el gobierno propone dos catalanes para presidir el Congreso y el Senado, ambos socialistas y ambos federalistas, entendiendo por federalismo un conjunto vacío que duerme el sueño de los justos desde 1874. Un federalismo zombi. No importa. Lo esencial no es lo que dicen, sino lo que son: catalanes. Campaña de propaganda: voluntad de integrar a los catalanes en la gobernación del Estado. Como si alguna vez hubieran estado ausentes. Siempre ha habido catalanes en la política española. Es verdad que más visibles y numerosos en las épocas progresistas o revolucionarias, como las dos efímeras Repúblicas, lo que les ha granjeado fama de revoltosas. Pero catalanes en los gobiernos españoles ha habido siempre. Hasta Franco tenía ministros de esta díscola nación. Uno de ellos, López Rodó, un ultrarreaccionario del Opus, fue el responsable, entre otras cosas, del Plan de Estabilización de 1959 (no está mal, a los veinte años de acabada la guerra) y el consiguiente desarrollo español, que la gente llamaba "desarrollito".
La cuestión no es que haya catalanes en la política española, sino catalanistas y, más concretamente, independentistas. Habrá quien diga que es lógicamente imposible que un independentista catalán sea ministro español. Sí y no. También era lógicamente imposible que un anarquista (cualquier anarquista) fuera ministro (de cualquier gobierno) y, sin embargo, los anarquistas Frederica Montseny, Joan Peiró, Juan García Oliver y Juan López Sánchez fueron ministros en la IIª República y tres de ellos, catalanes de nacimiento. Todo, evidentemente, depende de las circunstancias. Unas veces para bien y otras para mal. O tal parece: Thomas Jefferson firmó con otros la Declaración de Independencia de los Estados Unidos en la que se dice (¡palabras gloriosas!) que todos los hombres han sido creados iguales y titulares de los derechos inalienables a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, entre otros. Thomas Jefferson era propietario de 600 esclavos.
Si se acepta que hay un contencioso entre España y Catalunya que no puede resolverse por los cauces legales ordinarios y tampoco por la fuerza, habrá que arbitrar una forma de negociación entre las partes que dé garantías a ambas. ¿Qué mejor garantía que la incorporación de independentistas al gobierno para garantizar su neutralidad en el proceso? Si lo del gobierno suena algo extraño, ¿qué tal un órgano que presidiera una convención extaordinaria sobre el contencioso y el que estuvieran los indepes en garantía de dicha neutralidad? Claro, no se olvide la condicional del comienzo: "si se acepta...". Si no se acepta, ya sabe, pues molt bé, pues adiós.
De todas formas, la complejidad de la política catalana no descansa. Las próximas elecciones europeas y municipales tendrán un gran impacto en las perspectivas inmediatas de la revolución catalana. Los municipios son la base de la democracia en los países de tradición romana, germánica o anglosajona; en todos. Nuet recordaba ayer en Badalona que en 1931 no se hubiera derrotado a los Borbones sin las elecciones municipales. Los Borbones ya están derrotados. Lo que las elecciones del 26M alumbrarán será una Catalunya republicana. Igual que las elecciones europeas le darán voz en el Europarlamento y harán imparable la independencia.
Se vestirán los argumentos como se quiera, pero lo esencial en estas elecciones es el voto independentista. La independencia y la República ya están aquí porque no son otra cosa que la voluntad independentista y republicana de la mayoría.