Es como un chiste. "Se alza el telón; se baja el telón; ¿cómo se llama la obra? La democracia española".
Los cuatro diputados y el senador electos recogieron sus actas entre flashes y micrófonos mudos pues no estaban autorizados a hablar con la prensa. Se les reconoce la condición de representantes (y, no se olvide, de todo el pueblo español, según acrisolada doctrina) y de parlamentarios, que viene de parlar, hablar. Pero no se les deja hablar.
No se les deja hablar directamente, pero sí indirectamente. Han grabado vídeos que se han difundido por las redes y están en los periódicos digitales. Los barrotes no sirven de nada en la sociedad digital. Además, no existen. Son los que llevan en su ánimo los represores.
No es lo más insólito de este episodio surrealista de la causa general contra el independentismo. Lo más insólito es la absurda obcecación del unionismo, del gobierno, la mayoría parlamentaria, los medios, los tribunales en negar que unas personas que recogen sus actas de parlamentarias y están en la cárcel por sus ideas sean presas políticas. Serán unicornios.
En un solo acto, en la firma de la documentación de las actas se ha comprobado la dignidad de los presos políticos y la indignidad de un Estado incapaz de encontrar una solución a un problema político que no sea la cárcel. Cuando la autoridad incurre en el ridículo decae como autoridad. Si se mantiene es por la violencia, cosa poco satisfactoria y tiene corta esperanza de vida.
Nadie en el Estado español parece dispuesto a reconocer que el proceso catalán a la independencia es irreversible. Cuesta creer que nadie lo vea, aunque, en las manifestaciones externas ninguno lo reconozca. Lo ven, claro que lo ven, pero no quieren verlo porque lo que ven no les gusta.
Es como la condición de diputados y senador de los electos. Visto y no visto. Hoy mismo se iniciarán los trámites, todos muy amparados en normas legales españolas para privar a los presos políticos de la condición de representantes que les habían otorgado los electores.