La táctica es viejísima. Se muestra una recompensa y se atiza con el palo. Primero lo uno y luego lo otro; o primero lo otro y luego lo uno; o a la vez. Hasta que quienes tenían una ilusión y un objetivo, se resignen con las migajas de la recompensa para ahorrarse más palos. Es la aterciopelada bravuconada de Teddy Roosevelt: "habla suavemente y lleva un gran garrote". Habla de autogobierno y lleva el 155. "Llegarás lejos", vaticinaba el rough rider.
No está nada claro, sin embargo. En su programa, el PSOE sostiene que "Ni desde el derecho de autodeterminación ni desde un estado de excepción territorial con carácter permanente a través del artículo 155 de la Constitución, puede construirse el futuro." Lo segundo es obvio. Lo primero, no tanto. Que la excepción no puede convertirse en norma es la evidencia misma porque si menoscabar derechos de los ciudadanos deja de ser excepcional para convertirse en permanente, los ciudadanos pasan a ser ciudadanos de segunda. Y eso no puede mantenerlo ni Borrell. En cambio, no está claro por qué el ejercicio del derecho de autodeterminación no permitiría "construir el futuro". Al contrario, sería su base más firme, tanto si ese ejercicio del derecho de autodeterminación afirma como si rechaza la independencia. En el primer caso serían dos futuros y, en el segundo, uno solo.
Lo más interesante del caso es con qué claridad ve el PSOE los inconvenientes ("estado de excepción territorial permanente") de una de las dos posiciones extremas que rechaza como partido. Precisamente porque eso es lo que su secretario general está dispuesto a aplicar como presidente del gobierno. Lo anima su convicción de que prevalecerá el mítico seny catalán cuando los independentistas vean que la alternativa a su ridícula propuesta autonómica es la vuelta a la Edad Media de la mano de esos tres trastornados de la derecha. Sin pararse a pensar que él no propone nada salvo el mantenimiento del statu quo que es, precisamente, lo que ha hecho crisis.
Y, si vamos de examen, miremos la zanahoria. La hortaliza que se ofrece, pensada para las raudas liebres cuando lozana, viene en tal estado que no animaría ni a una tortuga con el síndrome de Aquiles. Considérese la tentadora oferta: redefinir competencias, transferencias, financiación, o sea, más plasta autonómica, coronada, quizá, con una oferta de Estatuto refundido, refundado o refundadá. Ni se menciona el federalismo del que ya hablaba Pi i Margall hace siglo y medio.
Tal es la zanahoria que se ofrece a una generación que se ha pronunciado por la República y la independencia.
Esto no puede resolverse a palos. Quedó claro el 1-O. Y menos, procesando a los apaleados.