El pasado mes de enero falleció Erik Olin Wright, sociólogo y teórico marxista estadounidense de fructífera obra y sólida doctrina. Se había especializado en el análisis de clases, por entender que el marxismo debiera explicar la estructura de clases de las sociedades capitalistas antes de recomendar acción para cambiarla. Ello le obligó a mantener interminables polémicas metodológicas con otros enfoques de este tipo de análisis (weberiano, durkheimniano, etc) que acababan en polémicas casi escolásticas sobre el concepto mismo de clase. Jamás rehuyó las controversias y siempre trató de hacer justicia a las opciones distintas a la suya. Siendo esta un marxismo realista, posibilista, que pujaba por el fin del modo de producción capitalista por medios pacíficos.
Una de sus últimas obras, Envisioning Real Utopias, que traduje al castellano como Construyendo utopías reales (Akal, 2014), es un ambicioso trabajo de más de diez años de acopio de datos y experiencias empíricas en todo el mundo para apoyar su teoría de que, perdido el horizonte revolucionario, el "postcapitalismo" podría venir del aprovechamiento de los espacios menos defendidos, los "eslabones débiles" que diría Lenin, los que él llamaba los intersticios del capitalismo, por ejemplo, cooperativas como la de Mondragón, presupuestos sociales al estilo de Porto Alegre, las experiencias de economías participativas, etc. Intersticios.
El poder siempre tiene intersticios, hendiduras por las que cabe entrar para ensanchar el ámbito de acción.
El caso de las elecciones al Parlamento español es un ejemplo claro de esta teoría de los intesticios. En el cuadro de legalidad de la Constitución española los catalanes tienen el mismo derecho al voto que los españoles. Participando en las elecciones, los independentistas pueden conseguir una minoría de bloqueo en el Parlamento. He ahí un intersticio considerable en el bloque de poder, que no puede componer gobierno a su gusto. Rechazada de plano la tentación de abstenerse respecto al fantasma del reino vecino. Sobre todo porque, como dice Juan de Mairena, puede ser un "fantasma de mala sombra". En Catalunya no "puede ser", sino que es un fantasma de mala sombra.
Por eso produce sorpresa la decisión de la CUP. Y la produce, creo, hasta a la misma CUP. De otro modo no se explica la lenidad con que trata la desobediencia de Poble Lliure y mucho menos se entiende que se tome el trabajo de señalar que no propugna la abstención el 28A. Solo le falta (que no hace falta) recomendar el voto a partidos independentistas. Con lo cual ya no se entiende en absoluto por qué no se postula ella misma y ahorra quebraderos de cabeza a sus votantes. Suena un poco a "mirad, chicos, votad por los nuestros, aunque yo no me tomo el trabajo de presentarme". Se adorna con unas consideraciones sobre la acción política municipal, cuya importancia, que yo sepa, no ha negado nadie. No se entiende por qué haya de excluir otras acciones.
Política de bloqueo en el Congreso pide Antonio Baños, que apoya el Front Republicà forma electoral de Poble Lliure el 28A. En principio, correcto. Sin meterse en donde no le llaman, Palinuro simpatiza con la idea de ver a Baños y David Fernández en San Jerónimo. Pero política de bloqueo es, si no ando desencaminado, la que propugnan los otros indepes. Y conviene ser realistas para no entusiasmarse con las palabras. Bloquea quien puede; no quien quiere. Por muy nutrida y decidida que sea la minoría indepe catalana en el Congreso, siempre será posible una coalición de gobierno antiindependentista. Siempre, dado que los contrarios a la autodeterminación de Catalunya más los equidistantes de Podemos (que, en realidad, también son contrarios) equivalen al 90% de los escaños de la cámara. Se llama "tiranía de la mayoría".
Por supuesto, hay que ir a bloquear a Madrid, pero sabiendo que ese bloqueo solo puede ser real y efectivo en Catalunya, en donde el movimiento independentistaa seguirá aprovechando los intersticios que se abren en el poder institucional del Estado. Efectivamente, la acción del govern busca la confrontación con el Estado. Torra no lo ha ocultado nunca al afirmar que iba a luchar contra uno injusto. Un MHP de la Generalitat luchando contra un Estado injusto es un cacho intersticio. Y que el mencionado presidente anuncie la desobediencia convierte el intersticio en una grieta que amenaza con romper la roca.
Hemos de redimensionar las relaciones en el independentismo. Baños no es justo conservando un lenguaje despectivo hacia el independentismo burgués, con expresiones como "postconvergente". Estamos en otra pantalla: los "postconvergentes" hacen y dicen lo que dice y hace Baños en contra del parecer de la organización que le era más próxima. Como tampoco lo es criticando que las otras opciones independentistas se limiten a esperar qué pasará con unas elecciones, con las siguientes o con las sentencias. ¿Se puede hacer otra cosa?
Sí, se puede. Y Torra la ha hecho: desobedecer. Otro intersticio. Desobedecer de forma esquinada, ambigua, poco directa y gallarda a juicio de algunos. Es posible, pero esa desobediencia poco lucida ya le ha granjeado una querella de la Fiscalía.
La desobediencia es el camino. Y seguimos.