divendres, 1 de març del 2019

La nación catalana

Habíame propuesto escribir un libro sobre Catalunya en el momento actual, en que está inmersa en su enésima pugna por la independencia, con sólida esperanza de, esta vez, sí, conseguirla.
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Iba a titularlo "homenaje a Cataluña bis" o cosa parecida, pero se me adelantó Vicent Partal con su magnífico Nou homenatge a Catalunya y me dejó en dique seco. No podía salir con algo que se llamara "Requetehomenaje a Catalunya", y hube de cambiar de idea.

No es tarea fácil porque los tiempos revolucionarios son siempre muy dados a la escritura, a la publicística más veloz, feraz y apasionada. Cuentan que en tiempos de la revolución inglesa de 1640 se publicaron unos 20.000 títulos. Esos se multipicaron con la revolución francesa y la bolchevique. La revolución española del 36/39 llena bibliotecas enteras. La catalana lleva camino de hacerlo. Todo el mundo, y me incluyo, quiere dar a imprenta sus recuerdos, sus opiniones sus planes, sus diatribas, sus proyectos, sus alegatos y refutaciones. Probablemente por la conciencia de estar viviendo momentos históricos. Encontrar un título original en este "tsunami" editorial es harto complicado. Hagan la prueba: títulos que hablan de República, independencia, nación, conflicto, Catalunya/España, España/Catalunya, derecho a decidir, autodeterminación, izquierda/derecha nacionalistas, la identidad, la nacionalidad, la plurinacionalidad, el referéndum, el federalismo, etc. Como cuando queremos una contraseña en internet, todas las que proponemos están ya ocupadas y nos ofrecen variantes ridículas. 

Cierto, los títulos no tienen copyright. Yo podría hoy publicar una libro bajo mi nombre titulado "Don Quijote de la Mancha" sin mayor problema que conseguir algún lector. De hecho, hubo uno que lo hizo: en 1614, Alonso Fernández de Avellaneda tuvo el papo de publicar un Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, lo que obligó al "manco de Lepanto" a publicar la verdadera segunda parte de la historia que, según fuentes bien documentadas, no pensaba escribir, a pesar de anunciarla en la primera. He aquí por dónde el castigo del plagio fue un beneficio para la humanidad.

Así que, ni corto ni perezoso, me decidí por este en descarada imitación del célebre de Fichte, Discursos a la nación alemana. No porque pretenda compararme con el célebre filósofo alemán, ni siquiera con Fernández de Avellaneda, sino porque comparo parcialmente las situaciones. Cuando Fichte escribe, Alemania está ocupada por los franceses y, además, no hay una clara y admitida conciencia de qué sea Alemania y quiénes los alemanes. Paralelamente, a día de hoy, Catalunya está ocupada por España y tampoco hay una clara conciencia de quiénes sean catalanes, si solo los oriundos del Principado o los de los països catalans. Y no se hable ya de lo previsto en el Consell de la República, en donde, así como Caracalla extendió la ciudadanía romana a todos los habitantes del imperio, se amplia la condición de ciudadano de la República catalana a todo el mundo. 

A su vez, se comparte con Fichte también la muy herdiana idea de que la nación es la lengua o al revés. Algo que es patente en Catalunya desde los tiempos de Prat de la Riba.

Y ahí se acaban los parecidos. La ambición de Fichte era convertir Alemania en un "Estado comercial cerrado", un sueño de autarquía, muy bien razonado filosóficamente, pero inverosímil. Catalunya, en cambio, solo podrá ser como Estado comercial abierto, y abierto al mundo por derecho propio y de modo inmediato, no mediato a través de otro Estado que, en nombre de una soberanía pretendidamente superior, interfiere en las decisiones catalanas.

La nación catalana se hizo en abierto. Algunos dicen incluso que demasiado en abierto. Porque de nación se habla aquí. De nación catalana. La admirable perseverancia de esta en su ser en condiciones adversas mide la autenticidad del sentimiento nacional. Y, a contrario, la ineptitud intelectual de unos jueces del Tribunal Constitucional que, en un alarde insensato de demasía jurídica, negaron a Catalunya su condición nacional. Como si un tribunal -y de extranjeros- tuviera autoridad alguna de ningún tipo para negar la existencia y validez de un sentimiento colectivo de millones. Algo tan imposible como parar el sol.

La apertura de Catalunya al mundo es la prueba del vigor de su ser nacional. Solo quien está seguro de sí mismo entra en relaciones de paridad con otros sin temor a perder su particularidad o su identidad. Solo quien confía en sí deja en libertad a los demás.