El palacio de Santa Cruz, sede del ministerio de Asuntos Exteriores, alberga muchas tradiciones y una de ellas, la de cultivar un Esprit de corps, como lo llamaba Lawrence Durrell, insigne novelista y diplomático. Nunca llegaría tan alto como para fabricar un Talleyrand o un Roger Peyrefitte, que sabía más del Vaticano que Lorenzo Valla. Dio para un Juan Valera o, en el lado trágico, un Ángel Ganivet en el siglo XIX y poco más
Pero se obstinó en mantener, al menos, unas formas que, sin llegar a los refinamientos florentinos, todavía se distinguían de las de los jayanes en las tabernas.
Hasta que llegó Borrell.
El comportamiento del cabeza de la diplomacia española es tan alucinante como aberrante. Y todavía asegura, reafirmándose en su falta de educación, que bastante paciencia tuve. Tradúzcase, por favor: "bastante paciencia tuve que no tiré al entrevistador por la ventana". Es un prodigio de ecuanimidad y está ganando muchos amigos para la causa de la Españaunagrandelibre.
Ahora lo envían a tierra de infieles, protestantes y enemigos de España. Gentes que no se dejan decir lo que tienen que preguntar. Pues no sé...