Mi artículo del miércoles de elMón.cat, titulado Los fracasos españoles. En él se da cuenta de los sucesivos fracasos de las dos estrategias unionistas españolas en Catalunya, la del palo y tentetieso de la derecha y la del palo y la zanahoria de la izquierda. Y se añade que estamos en el comienzo del tercer fracaso, el de la unión sagrada de la derecha y la izquierda, la del palo y más palo. Las detenciones estilo BPS o brigada político-social, sin orden judicial, pero con conocimiento del juez bordan el delirio, pero son el aperitivo de lo que se avecina.
La beligerancia anti-independentista de sectores de la judicatura y la fiscalía (con actividades anónimas en las redes), culmina en la extrema hostilidad del Consejo General del Poder Judicial; ese que la vicepresidenta Calvo hace responsable de la represión en Catalunya.
La tercera vía también augura fracaso. Y la cuarta y la quinta. Y todas porque fracaso fue el punto de partida de negar sus derechos a los catalanes. A partir de ahí todo ha empeorado y seguirá haciéndolo.
La ruptura entre España y Catalunya es un hecho.
Aquí la versión castellana:
Decidido ya el no a los presupuestos de Sánchez, aparecen claras las líneas de las respectivas actuaciones. El independentismo ha probado que pesa en la política española hasta el punto de condicionarla mucho más de lo que los políticos del régimen del 78, esto es, Sánchez, Iglesias, Casado y Rivera suponían. En su idiosincrasia muy y mucho española, siempre creyeron que, siendo catalanes, los catalanes aprobarían las cuentas, especialmente si incorporaban sustanciales mejoras económicas para ellos, cosa que hacen, como siempre, presentando como mercedes lo que no es sino el pago de deudas de hace tiempo y no por entero.
Era una especie de chantaje nacido de los prejuicios de los españoles, esos que solo hablan de principios, pero solo se mueven por dinero, frente a los catalanes que, en contra de lo esperado, renuncian al huevo por amor al fuero que aquí se llama independencia, república, libertad, dignidad. Todas ellas quimeras en el marco neofranquista de la Constitución de 1978.
Y son ya dos las estrategias españolas fracasadas frente al independentismo. Primero, la habitual de la derecha española: autoritarismo, represión, violencia policial, manipulación de la justicia, guerra sucia, cárcel y estado de excepción del 155. ¿Resultado? La caída del gobierno de M. Rajoy, el de los sobresueldos, al que ya habían abandonado hasta los banqueros.
Después ha fracasado la estrategia alternativa del fascismo sonriente, amistoso, de los socialistas, los que iban a terminar con la judicialización del conflicto España-Catalunya y a encontrar una solución "política", los que ofrecían diálogo y entendimiento y presentaban un proyecto de presupuesto que contentaría a todos, incluidos los díscolos catalanes. A medida que los socialistas y sus aliados de Podemos iban descubriendo que la unidad independentista era una roca más difícil de salvar que la de Gibraltar, su discurso iba agriándose. La ministra Montero rechaza escandalizada la propuesta de una mesa de diálogo del independentismo. ¡Por favor, nada fuera de la Constitución! Extra Constitutio, nula salus.
Y dentro de la Constitución, tampoco. Otra ministra, Robles, quizá la más cercana a la extrema derecha, junto a su colega Borrell, reconoce que la Constitución puede cambiarse, faltaría más, pero dentro de ella misma y no a golpe de "frivolidades y ocurrencias". Esta identidad en los lenguajes de la izquierda y la derecha (frivolidad, ocurrencias, son términos típicos de Rajoy) demuestra como, de acuerdo con el principio de performatividad, el socialismo y el PP viven en el mismo universo mental y coinciden en todo. Sánchez, por ejemplo, llama "fugado" al presidente Puigdemont, igual que Rajoy e igual que Rajoy y el resto de los intelectuales orgánicos españoles -generalmente analfabetos- también llamaba Le Pen a Torra, sin saber ni lo que decía.
El nuevo tiempo sin presupuestos será el que emplee el PSOE resistiendo con las cuentas prorrogadas mientras sienta las bases del proyecto que los decépitos bonzos del partido anhelan: una gran coalición entre el PSOE y la derecha, una vez se dilucide quién la capitanea, si el PP o C's. Una coalición de partidos dinásticos que pretenderá presentarse como una salvación centrista del reino de España, asediado por la derecha de Vox y la izquierda de Podemos, aunque tanto el uno como el otro, no pasen de ser frikies marginales.
El "no" a los presupuestos ha hecho crecer el peso de Catalunya y alimenta el espíritu independentista con renovado vigor pues el temor a una ruptura se desvanece. La farsa judicial que está a punto de comenzar como un proceso político inquisitorial contra el independentismo, todavía debilitará más la posición de España ante la comunidad internacional y aun más lo hará la continua actividad social e institucional en Cataluña en cumplimiento del mandato del 1-O, tarea de la que ningún independentismo se desentiende.
En estas condiciones, el PSOE trata de formular una política de "salvación nacional", atrayendo a la derecha a esa "gran coalición" que le permitiría conservar el poder (aunque sea demediado por un aliado más rígido que Podemos), presentarse en Europa como quien ha evitado el triunfo de la extrema derecha en España y comprar tiempo, a ver si, entre tanto, el independentismo desiste, o disminuye en apoyo, o se enzarza en peleas internas, o se resigna a un autonomismo remozado.
Todo posible excepto la última parte. Hasta el momento han fracasado las dos estrategias españolas en Catalunya, la del policía malo y el policía bueno. Asistimos ahora al comienzo del fracaso de la tercera: los dos policías al alimón.