En sus Ensayos Políticos, David Hume dejó dicho, siglos antes de que los neoliberales descubrieran el Mediterráneo, que según una máxima política establecida "debe considerarse a todo ser humano como un bribón" Y, si se trata de políticos, apaga y vámonos.
Pero no muy lejos. Se han lucido los analistas, comentaristas y tertulianos, con Sánchez a la cabeza, que trataban al presidente Torra de "supremacista", "racista" o "Le Pen". Son gentes que no saben lo que dicen o, si lo saben, mienten bellacamente. Están tan poco acostumbradas a tratar con intelectuales no políticos al frente de los gobiernos, que no saben cómo reaccionar. Y reaccionan acusando al otro de lo que son ellas.
La doctrina de Hume, y la de los graznidos neoliberales son falsas. Como es falsa la afamada teoría de la "paradoja del común", que presupone un egoísmo ciego en los seres humanos. Es imposible que sea un bribón una persona que se compromete con una causa de modo desinteresado y hace lo que dice. Desde el principio explicó Torra que él es una especie de delegado o sustituto provisional del legítimo presidente Puigdemont, que su interés fue y es investirlo. Igualmente desde el principio afirmó su voluntad de gobernar hacia la independencia de forma democrática y pacífica. Pero hacerlo.
Añade ahora que, si no consigue su objetivo de la independencia, se retirará y, en todo caso, no piensa presentarse a las elecciones, cuando sean. Entre tanto, labor de gobierno, como también dijo en su momento, de "ataque a un Estado injusto", el español. No descarta una nueva DUI y no aceptará una sentencia condenatoria de los presos políticos. No quiere perpetuar un régimen, sino librarse de él. Para los políticos profesionales, cuyo horizonte es de ambición personal en la conservación del cargo, este comportamiento es incomprensible; como todo lo incomprensible, peligroso; como todo lo peligroso, criminalizable.
Alguien así no es un bribón. Es una buena persona tratando de hacer realidad un anhelo de independencia al que ha dedicado su vida, como se la ha dedicado su generación; su sociedad entera. La política catalana está planteada en unos términos que la política española no puede entender.
Está bien que, a pesar de sus pataletas anticatalanas, el gobierno entre por el aro de la negociación política con el independentismo, aunque no lo llame así. Y está mejor que la responsabilidad recaiga sobre la ministra Calvo, con exclusión del catalanófobo Borrell. La misión de la ministra Calvo de encontrar una solución política para el conflicto es una misión imposible. Sobre todo, acompañada por la farsa judicial del proceso 1-O.
No hay más solución que el referéndum pactado. Lo que cabe negociar son las formas.