En 1982, el general argentino Leopoldo Fortunato Galtieri, jefe de la junta militar que llevaba desgobernando la Argentina desde el golpe de 1976, ordenó la invasión y conquista de las Malvinas, Islas Falkland para los británicos. La operación, que concluyó con un desastre fenomenal para los argentinos, se había concebido como un golpe de efecto para relegitimar a los milicos golpistas y asesinos. Sirvió para lo contrario.
El truco de agitar el espantajo de un viejo conflicto con la pérfida Albión, enemiga secular de la católica España y sus colonias, para tapar vergüenzas nacionales viene de lejos. Franco se valía de él o se lo ponían en bandeja sus fieles: ¿hambre, miseria, represión? ¡Rusia, culpable! Cuando Rusia dejó de ser culpable, pero el hambre y lo demás seguían, ¡Gibraltar español! Hay multitud de anécdotas sobre las manifas de falangistas en Madrid clamando por el Peñón.
Ese que está ahora en juego otra vez. Y con una diplomacia española en manos de un personaje indescriptible, cuya primera declaración ha sido augurar una ruptura de Gran Bretaña antes que la de España. Como cuando Aznar augura que antes se romperá Catalunya que España. Según estos dos visionarios, todo a nuestro alrededor se derrumbará, pero España es irrompible. Un monolito para la eternidad. Y lo dicen al pie de una roca que ambos consideran España, pero está rota de España.
El gobierno de Sánchez se dice dispuesto a defender los intereses del país en la cuestión de Gibraltar. A su vez, Theresa May dice que protegerá la soberanía británica en el Peñón. De Estado a Estado. España, Gran Bretaaña. Galtieri y Thatcher. No, claro, Sánchez no es Galtieri, no es un dictador. Pero May es mucho menos autoritaria que Thatcher y tiene una base de legitimidad muy superior: la voluntad de los llanitos.
Por dos veces, en sendos referéndums en 1967 y 2002, los gribaltareños rechazaron la soberanía española (ni siquiera como co-soberanía) en favor de la británica que May se apresta a defender. En efecto, Sánchez no es Galtieri, pero sus pretensiones -por razonables y limitadas que sean- contradicen la voluntad soberana de los llanitos, cosa que a éel no le parece mal porque tampoco se lo parece gobernar contra la mayoría de los catalanes. Y eso es lo que May lleva ganado en el campo de la propaganda. Tanto que parece como si esta performance gibraltareña hubiera sido tramada por los ingleses para insuflar jingoísmo en la opinión pública y en los Commons en favor del Brexit. De forma que al pobre Sánchez le ha caído el papel de Galtieri al revés. No es malicia. Los españoles reconocen que alguien reintrodujo el odiado art. 184 "con nocturnidad y alevosía".
O sea, reconocen que los han engañado. Cosa nada extraña con este ministro de Asuntos Exteriores para quien el exterior se limita a Catalunya. Del resto sabe tanto como de las regiones hiperbóreas.
En la luterana y descreída Europa, profundamente negrolegendaria y antiespañola, si le dan a elegir entre un Reino Unido que se va y una España que se queda, elige al primero. Dicen las autoridades que no quieren levantar la veda de las reformas por el "efecto llamada", que diría Rivera. El Reino Unido y el Reino Desunido tendrán que llegar a algún acuerdo inevitablemente humillante para España.
La única posibilidad de impedirlo es que la caballería ligera de Vox, cargue heroicamente a la toma del Peñón.
"Alguien se había equivocado,/no se esperaba que hablaran,/no se esperaba que razonaran,/solo se esperaba que atacaran y murieran." Tennyson, La carga de la brigada ligera