La obsesión del bando nacional-español es romper la unidad del independentismo. Al coste que sea. Para ello recurre a todos sus agentes, desde los quintacolumnistas hasta los engatusadores, pasando por los realistas, pragmatistas y derrotistas.
Ayer mismo lo señalaba Palinuro en el post La ruptura, comentando una de esas noticias en las que se da cuenta del enfrentamiento a muerte entre los dos máximos dirigentes indepes, Junqueras y Puigdemont, que se hacen mutuo vudú y acabarán fatal y trágicamente con la unidad del movimiento. Para fastidiar la noticia hoy Puigdemont y Junqueras escenifican la unidad de acción. Y nada menos que la estratégica. Un descaro. ¿Qué se habrán creído estos dos para torcer el hado? Pues sí, se han creído mucho. Se han creído que pueden conseguir un viejo anhelo de la nación catalana: la independencia en forma de república. Se lo han tomado muy en serio y han concentrado sus indudables capacidades en encontrar un camino nuevo, creándolo, a la República. Efectivamente, de ellos puede decirse, como el Julio César de Shakespeare sobre Casio: "Piensa demasiado. Estos hombres son peligrosos".
Y tanto. Los apoya la gente. Y no solo los apoya, sino que los impulsa. Los dos dirigentes evidencian la unidad estratégica de acción porque la gente lo exige. Y no hay otra. La no unidad no es una opción. La desunión es el fracaso y un fracaso con efectos retroactivos a los tiempos del franquismo que son los actuales en España.
¿Por qué quiere todo el sistema político de la IIIª restauración borbónica romper la unidad del independentismo? Porque tampoco tiene otra opción. Sabe que no puede ganar en Catalunya salvo que, como dice Tácito, la convierta en un desierto y lo llame "paz." O "normalidad."