dimarts, 27 de novembre del 2018

El triunfo del mal

Maravilla escuchar a Aznar invocando la "compasión".

Está claro: si el político preso Zaplana tiene leucemia y los médicos temen por su salud en la cárcel debe salir sin más dilación. Por supuesto, siempre que se trate de médicos profesionales y no de alguno que hayan comprado estos sinvergüenzas. 

No es justo ni moral mantener en prisión a un enfermo terminal. Sin duda.

Vayamos ahora a la maravilla del hecho de que quien invoca la compasión sea quien jamás mostró ninguna. No solo no la mostró en todo su tratamiento del terrorismo vasco sino tampoco en otros acontecimientos ricos en víctimas y que le son directa o indirectamente achacables. Cientos de miles en una guerra criminal en el Irak que él contribuyó a desencadenar. Cerca de doscientos muertos y más de dos mil heridos en los atentados de Atocha, frente a los cuales su única reacción fue tratar de endosar la autoría a ETA para eximirse de responsabilidad. ¿Compasión? Nunca, jamás. Este personaje malévolo, encizañador, autoritario y falso no ha mostrado jamás una pizca de compasión por nadie o por nada.

Pero la pide. Y que la pida un ejemplo tan acabado de lo contrario de aquello que pide no resta un adarme de validez a la petición. La compasión es obligatoria cuando es justa; y lo es o no lo es por sí misma, no por las cualidades o falta de cualidades de quien la pide.

El bien es obligado, aunque sea inconveniente y por eso pierde siempre. Este hombre que hoy pide "compasión" (quiere decir "clemencia") mañana volverá a mostrar que carece de ella para dar a los demás. Como ha hecho siempre y como seguirá haciendo. 

El bien es obligatorio; el mal, inevitable.