Mi artículo en elMón.cat ayer, titulado La República de los castellers. Se me ocurrió la metáfora viendo castells, esa aportación única de Tarraco a la cultura de la humanidad. Reconozco que es fácil; no el castell, claro, sino la metáfora; pero solo en Catalunya; fuera de aquí sienta uno plaza de catalán y eso, hoy, cuenta.
En el fondo, el artículo es una reiteración de la importancia de la unidad en el movimiento independentista. Algo por lo que todo el mundo lucha y conserva y a lo que todo el mundo hasta ahora ha sido fiel. Y sigue siéndolo. Las discrepancias que sirven al unionismo para entonar afligido responso por el alma de la República catalana, son la mejor prueba de su vida.
Aquí el texto en catellano.
La República de los castellers
Cuentan las crónicas que, cuando Franco destituyó a Pemán como miembro del Consejo de Estado por su monarquismo, el escritor, preguntado en una entrevista (en ABC, claro) para qué servía el Consejo respondió : “para escuchar al aconsejado”. La anécdota viene al pelo porque, en las circunstancias actuales es muy conveniente añadir peso institucional a las decisiones de las personas que simbolizan los ejes del independentismo en todas sus variantes. El presidente Puigdemont representa la legitimidad de la República en el exterior, pero no lo hace por sí solo, de modo carismático, sino como punto de acuerdo y confluencia de todos los elementos que coinciden en el independentismo y por eso es muy conveniente que su acción tenga el respaldo de un órgano colegiado.
A su vez, este órgano colegiado, llámese como se llame, Consejo de o por la República es imprescindible por razones evidentes. La República debe contar con un medio de acción exterior independiente del gobierno de España que no hace otra cosa que boicotear la actividad internacional de la Generalitat.
La ausencia de la CUP, en principio coherente con su endurecimiento frente a las tácticas del gobierno y el Parlamento, no está bien calibrada. Una cosa es el gobierno y el parlamento y otra la presidencia de la República. Lo primeros son entes de brega cotidiana, con una tendencia a negociar y pactar que debe vigilarse de cerca para no incurrir en la querencia del autonomismo. La segunda, sin perder eficacia de acción, toca un orden legitimatorio y simbólico al que solo motivos de mucho peso autorizan a hacer de menos.
Todos los intervinientes en el proceso tienen sus funciones y responsabilidades y, si hemos llegado unidos hasta aquí y lo hemos hecho precisamente por estar unidos, solo un motivo claro, rotundo, trasparente, puede justificar la ruptura de la unidad y no consideraciones tácticas o partidistas.
Todo el mundo está trabajando en condiciones muy difíciles, con hostigamientos permanentes desde el Estado y trampas de todo tipo. Las acciones encaradas son muy diversas y pueden derivar en consecuencias políticas y jurídicas muy distintas. Lo más importante por ahora es insistir en la liberación de los presos/as políticas y la anulación de la causa. Es donde más daño se puede hacer a la estrategia represiva del Estado, que no ha cambiado un ápice con el gobierno de Sánchez. El trato es nítido: si no hay liberación de presos y anulación de la farsa judicial, no habrá presupuestos.
La deslegitimación de la represión judicial a manos de unos tribunales prevaricadores y el desprestigio internacional son tan obvios que hasta el bloque del gobierno (PSOE/Podemos) se escinde, con una parte tratando de encontrar alguna solución que evite la imagen de que España sigue siendo la misma dictadura franquista disfrazada de democracia.
A este empeño se suman los demás actos del independentismo. Además del Consejo de la República, el gobierno pone en marcha el Foro Constituyente aprovechando lo que los teóricos de la revolución llaman hoy los “intersticios” del capitalismo. Este Foro dará mejores o peores frutos prácticos, pero tiene también un valor simbólico indudable en el esfuerzo común hacia una República que se concibe como una obra de castellers.
Además de las instituciones, los presos/as, los partidos, el tejido social catalán, fuertemente movilizado mantiene una gran actividad. Las entidades sociales, la ANC, Ómnium, AMI, las formas espontáneas de movilización como los CDR y las organizaciones de base como la CUP, forman un frente crítico que respalda la acción institucional, la legitima, pero también tira de ella, la impulsa en el sentido de las reivindicaciones del 1O, vigila y no pemite las complacencias o desviaciones de los inevitables quintacolumnistas que siempre hay en todas partes. Incluidas las de los vigilantes.
En medio de esta actividad conjunta orientada a la independencia de la República catalana, el factor unidad sigue siendo de importancia primordial. Por eso, la presentación del Consejo de la República el próximo 30 de octubre es una buena ocasión para escenificarla. No hay que darle más boato del que precisa, pero tampoco menos. Que el movimiento infravalore propios logros no es una actitud racional.
La crítica de que según qué actos los réditos pueden ser distintos para unos u otros partidos o aspiraciones personales es legítima siempre que se extienda a todo el mundo. Incluso a quienes la hacen. Pues todos los castellers de este empeño tienen sus responsabilidades y proyectos personales y de partidos. Ninguno es más ni menos que otro y todos son imprescindibles para el logro del objetivo común.