dijous, 20 de setembre del 2018

El independentismo es un derecho; no un delito

No, en verdad. Lo delictivo es considerar (y tratar) el independentismo como un delito.

Aquí mi artículo de ayer en elMón.cat, titulado Esperando a los bárbaros, a propósito de la anunciada manifestación de muy y mucho españoles el próximo 29 de septiembre en la Plaça de Sant Jaume, para homenajear a los efectivos que repartieron estopa el 1-O con el glorioso resultado de más de mil heridos/as. Sí, exactamente los bárbaros de Kavafis (que, al final, llegan) y Coetzee. Puede parecer un poco duro decir esto de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y en cualquier Estado civilizado del entorno lo sería. Pero España no es un Estado civilizado en el sentido de la tradición occidental. Quizá en algún otro que se me escapa. La prueba es la exclusiva de hoy de elMón.cat titulado El "¡A por ellos!" judicial sobre lo que dicen jueces y magistrados en su foro de internet sobre el independentismo catalán. Si después de leerlo alguien cree que la columna es dura, podemos debatir. Esos policías y guardias civiles vienen a Catalunya a cumplir órdenes, indicaciones, deseos de unos funcionarios judiciales que, por el odio que desprenden, están radicalmente inhabilitados para la función jurisdiccional.

Simple y llanamente, pasando por encima de todas las declaraciones de derechos, la conciencia jurídica de la época, la doctrina universalmente admitida y la jurisprudencia planetaria, estos "jueces" y "magistrados" consideran que una ideología política independentista esencialmente pacífica, no violenta, es un delito.

¿Qué justicia cabe esperar en España?

Aquí el texto del artículo en castellano:

Esperando a los bárbaros

Para el próximo 29 de septiembre hay anunciada una manifestación españolista en la Plaça de Sant Jaume. Esta convocada por Jusapol, una organización teóricamente concebida para apoyar la equiparación salarial de las policías estatales con las autonómicas. No obstante, como se ve, también incita a la acción política directa en un clima de crispación y enfrentamiento con el obvio ánimo de intensificarlos puesto que, para esa fecha, la plaza estará ocupada por los independentistas en apoyo al gobierno del MHP Torra.

La manifestación se hace en apoyo y homenaje a los agentes de la guardia civil y la policía nacional que el 1-O se dedicaron a aporrear salvajemente a la población pacífica con un saldo de más de mil heridos que todo el mundo ha podido comprobar. Es imposible imaginar un propósito más colonial y provocador. Los mismos que cometieron los actos vandálicos aquel día y por los cuales ya hay media docena de ellos imputados en los tribunales, o sus compañeros, pretenden humillar de nuevo a las víctimas, imponiendoles su indeseada presencia en homenaje a los apaleadores y sosteniendo que tienen un objetivo común cuando el suyo fue aniquilar por la fuerza bruta el de los otros y sisn conseguirlo, por cierto.

La responsabilidad de los convocantes y de las autoridades que no impidan esta planeada agresión a la convicencia ciudadana será enorme. Porque no se trata del ejercicio legítimo del derecho de manifestación de unos ciudadanos normales con un punto de vista propio. Se trata de una manifestación convocada por una asociación de funcionarios armados a la que se invita a acudir a otros funcionarios armados y sin que esté claro ni garantizado que a ella no concurran estos de paisano pero con armas y con intención de provocar altercados y violencia como ya se ha demostrado suficientemente que hacen en otras ocasiones. Y sin que lo esté tampoco que, al final, no se sucedan actos de vandalismo y agresiones a los ciudadanos en Barcelona como indefectiblemente sucede al cabo de las manifestaciones de la derecha nacional española.

Porque esta se sumará encantada a la convocatoria con sus cutters, sus palos y sus trajes de Ku-Klux-Klan, sus VOX, sus SCC, sus Democracia Nacional y otras organizaciones fascistas o parafascistas. Se trata por tanto de una convocatoria intimidatoria, para hacer ver a los catalanes una vez más a palos cuánto se los quiere en el Estado que los oprime.

En realidad, esta convocatoria es el segundo acto del “¡A por ellos!”

Y deja en el aire la duda de si el gobierno controla los aparatos represivos del Estado. Está claro ya que a los jueces, no. Resta por ver si controla a las fuerzas de seguridad o si, por el contrario, es un juguete en sus manos. Cierto que el orden público en Catalunya es competencia de la Generalitat, pero, teniendo en cuenta que quienes vienen a la provocación serán agentes de todo el Estado, cabe preguntarse qué hará el gobierno. Cabe preguntarse qué harán esos 600 piolines destacados en Catalunya por el ministro del Interior Marlaska, del que cabe esperar intenciones aun más agresivas y contrarias a las libertades que de su antecesor, el inefable Zoido.

Si no se prohíbe esa provocación, pensada para que estalle un conflicto peor en Barcelona y se justifique una intervención con o sin 155, la generalitaat, es de esperar, vigilara el orden público y evitará la violencia con todos los medios a su alcance. Es su deber No se puede dejar a la población pacífica de Barcelona a la espera de qué sucederá cuando lleguen los bárbaros.

Al escrupuloso y eficaz cumplimiento del deber de protección de la tranquilidad ciudadana de la Generalitat que, es de esperar, tomará medidas para impedir los excesos que los manifestantes tratarán de cometer se sumará la respuesta de una población movilizada y muy consciente de lo que estsá en juego. Es claro que deebe mantenerse la visión general del conflicto España/Catalunya como aparece ante el mundo: la revolución catalana es esencialmente democrática y pacífica. La violencia viene siempre de fuera; la traen las fuerzas de represión, de uniforme o de paisano y sus ayudantes y colaboradores civiles que están en todas partes, incluido el gobierno, como lo demuestra la presencia en él de Borrell quien raro será si no hace acto de presencia.

Es muy probable que, complementariamente a la acción pública defensiva de la Generalitat se sume una actitud generalizada de indiferencia de la población y aislamiento de los violentos. Lo que ha dado en llamarse un “Tortosa”. Será difícil porque, como muestra la experiencia, estos vienen a atacar directamente y será preciso acumular toneladas de paciencia y resistir la indignación que estas provocaciones despiertan.
Hay que esperar tranquilamente a los bárbaros y dejarlos pasar en medio de la indiferencia general.