Cuando se cumplen los cien días de cortesía con el nuevo gobierno que, por supuesto, nadie respeta nunca y, menos que nadie, el propio gobierno, está claro ya que Sánchez es mucho peor de lo que su pasado de arribista y oportunista sin escrúpulos hacía prever. En realidad, es una especie de Rajoy II, algo más sonriente y hablando inglés, pero con la misma mentalidad autoritaria, nacional española y reaccionaria de su antecesor. Al igual que el pontevedrés, no ha cumplido sus promesas en la oposición y trata de ocultarlo suscitando otros debates que, sin ser menores, desvían la atención de asuntos de calado. Así resulta que, mientras se discute qué hacer con la momia del genocida Franco, no se toca la reforma laboral del PP con la que este incrementó la explotación de los trabajadores a extremos cercanos a la esclavitud, no se recupera el poder adquisitivo de las rentas salariales ni las pensiones, no se limitan los privilegios de la iglesia o los militares, no se deroga la ley mordaza, se pagan 500.000 euros para defender a un “juez” franquista que tiene presos y rehenes políticos, etc.
La igualdad, la identidad con Rajoy y el PP son absolutas cuando se toca Catalunya. Las mentiras, las falacias, las amenazas del socialista son las mismas que las del pepero; incluso superiores. El punto decisivo ha sido la de volver al 155 en caso de desacato, tanto más creíble cuanto que ya apoyó en su día este infame artículo, verdadero estado de excepción encubierto. Amenaza formulada desde Latinoamérica en el mismo espíritu de maltratador de que hacía gala el de los sobresueldos: depende de Torra y el independentismo que se aplique o no el 155, igual que depende de la mujer maltratada que su marido la forre a hostias o no. Solo tienen que cambiar: la mujer, someterse; Torra y el independentismo, también.
Sánchez repite las falacias de los neofranquistas porque, en el fondo, lo es: la misma idea de España, de las relaciones territoriales y muchas otras cosas. La Constitución y la ley, como si ambas fueran constructos inamovibles y perfectos y no dos realidades impuestas por la fuerza y especialmente sesgadas e inicuas en relación con Catalunya. Cuando se cansa, delega en el cipayo que tiene en Barcelona, para que siga diciendo estas sinsorgadas de súbdito colonial.
Él, en cambio, en parte motu proprio y, en parte, asesorado por los catalanófobos del gobierno, como el catalán Borrell, cree elaborar un discurso algo más refinado que las tonterías de Iceta sobre la ley que, en realidad, no es más que un conjunto de sofismas.
Insiste Sánchez en que en Catalunya hay una ruptura, una fractura de la convivencia. Lleva años diciéndolo. Es una mentira patente para quien conozca el país y la prueba a contrario más fuerte es que es el discurso que también elaboran los fascistas de C’s, con los que Sánchez coincide. Son estos quienes tratan de sembrar el odio y la discordia entre catalanes sin conseguirlo. Probablemente, dentro de poco, se les sumarán los socialistas. Borrell está en ello.
Además de la mentira de la ruptura , Sánchez, se lanza ya a la fabulación. Asegura que la mayoría de los catalanes no es independentista sino partidaria del autobierno y de lo que a él se le ponga en las narices. Pero, por si acaso, impide que se haga un referéndum para saber a ciencia cierta quién es mayoría y quién minoría. La mayoría es la que Sánchez dice que es y, si alguien se empeña en contar a la gente, ya sabe: 155 al canto.
¿Se puede ser más cínico?
Sí, se puede y Sánchez lo consigue cuando, tras mentir, amenazar y volver a mentir, se permite el lujo de recomendar al presidente Torra que inicie un diálogo “entre catalanes”. Pasa siempre con los matones y maltratadores, que luego son perdonavidas. Un político español, incapaz –como todos ellos- de dialogar ni con su sombra, receta diálogo a una gente que no hace otra cosa.
No es de extrañar que Torra le haya respondido con la claridad que merece, pidiéndole por enésima vez que haga alguna propuesta para Catalunya y que sea sin amenazas. Pero, como pedir a un matón que no amenace es como pedir a un burro que trine, ya advierte de que los catalanes/as tendrán que hacer grandes sacrificios para consolidar la república.
Los harán. Los haremos. Y la República Catalana se consolidará.