Palinuro es un apocado. Viene diciendo que en España se da una situación de dualidad de poderes de facto, de dos gobiernos enfrentados. Eso no es nada. No son dos los gobiernos sino los mundos que hay en el Estado. El mundo español y el mundo catalán en relaciones de abierta hostilidad, como se prueba por el hecho de que uno de ellos tenga presos políticos del otro. Que los tenga en el territorio del otro forma parte de la situación de desequilibrio y asimetría que este otro trata de remediar con la independencia. Dos mundos completos en conflicto, ese que el presidente Sánchez dice estar en situación de resolver, aunque en un plazo de veinte años y gracias a una fórmula de birlibirloque de la que habla mucho pero muestra poco, fuera de remachar su carácter político.
El mundo español muestra una situación lamentable. Un Estado prácticamente sometido al chantaje de un presunto delincuente era la guinda que había de coronar el pastel de una corrupción estructural e institucionalizada que no ha dejado institución alguna del Estado sana: la política, el gobierno, la corona, la empresa, la judicatura, la universidad, los medios, los partidos, todos han pasado por la trituradora de la corrupción. Solo faltaba que, en efecto, un individuo pudiera chantajear al Estado. Eso es lo que el gobierno dice que Villarejo está haciendo, pero lo grave es que lo esté haciendo con éxito. La reacción de ese mismo gobierno, bloqueando la comisión de investigación sobre Juan Carlos I con material de Villarejo, es una confesión paladina de que el chantajista tiene en donde chantajear.
Los líos de la corrupción, las cloacas de Interior y la galería del Exterior tienen a los medios tan interesados que no les da tiempo para informar de nada más. O lo hacen pero casi a las escondidas. Siguiendo el culebrón de las chocarreras sobremesas de unos ciuadadanos por encima de toda sospecha, lo españoles prácticamente no se han enterado de que ayer Puigdemont presentaba en Bruselas su libro, La crisis catalana, escrito por el periodista belga Olivier Mouton, pero narrado en primera persona por el presidente. Hay edición holandesa, catalana y francesa. A falta de traducción al castellano, los españoles seguirán sin conocer los puntos de vista del hombre al que la mayoría de los catalanes considera su presidente y vive en el exilio. Tampoco abrió los telediarios la noticia de que el presidente Torra había presentado su programa de gobierno, que incluye la convocatoria de un foro constituyente para dar una Constitución a la República Catalana. Lo dicho, dos mundos.
El mundo catalán, dando pruebas de una estabilidad política envidiable, pone en marcha un plan de gobierno a cuatro años para edificar las estructuras de Estado. Es verdad que cuenta con una oposición muy radicalizada de carácter unionista, pero la dureza de los enfrentamientos no impide la eficacia de la acción parlamentaria ya que la mayoría que apoya al gobierno es absoluta. La mayoría parlamentaria se apoya a su vez en una mayoría social que se manifiesta repetidamente con motivo de consultas electorales, como la de 21 de dicimbre de 2017, o de aniversarios, como la última Diada. En verdad, resulta patético contemplar al presidente Sánchez contando en el Canadá la manoseada mentira de la mayoría/minoría independentistas en Catalunya, pero ya es irrisorio escucharle mentir en el resultado de "dos referéndums" habidos en España, olvidándose de los piolines y el 155.
Todo para nada. Cuando invoca el ejemplo de Quebec está de hecho aceptando que la solución en España es un referéndum pactado de autodeterminación vinculante. Salvo que ignore este extremo, en cuyo caso es evidente que no sabe en dónde está Quebec y quizá no sepa en dónde está él mismo.
Porque no hay otra solución civilizada y democrática a un conficto que ya interpela a Europa.