Pablo Casado no está en situación de exigir mucho. Primeramente tendrá que salir limpio de sus líos procesales y estos pintan oscuros para sus ambiciones, incluso descontado el bajísimo umbral de tolerancia del PP. Tampoco Sánchez está en posición de resistir muchas presiones. Con 85 diputados no puede sacar adelante propuesta alguna sin el apoyo de la oposición.
Junto a estos, los otros dos partidos estatales, Podemos y C's, no salen mejor parados. Según el barómetro del CIS, C's comparte incómodo ascensor descendente con el PP y Podemos se despeña a las bajuras del mejor Anguita en los últimos años de la guerra contra los Sarracenos. Barrunto granizada de críticas al CIS, bajo dominio de la alta cocina de Tezanos, encargado de certificar demoscópicamente el fin del Sorpasso.
No obstante, no es esto lo significativo del caos político en que se encuentra España sino el hecho evidente de que, por descompuestos que anden los partidos españoles, recuperan férrea unidad a la orden del mando frante al independentismo catalán. Los tres partidos dinásticos forman una piña unionista, recubierta de una tenue capa de posibilismo de Podemos. Santiago y cierra España. La unidad unionista es única.
Y ¿qué pasado con la unidad independentista, hasta ahora la gran baza, el elemento esencial del republicanismo catalán? No se encuentra en su mejor momento. Frente a la unidad del nacionalismo español, lo peor que puede ofrecer el independetismo es la ruptura de su unidad. Eso es lo que su adversario lleva años tratando de conseguir.
El escrache de los CDR ayer a la sede de ERC no ayuda a consolidar y hacer más efectiva la unidad independentista. Nadie niega el derecho a reclamar lo que reclaman: desobedecer o dimitir. Pero eso no es cosa que pueda producirse así, con intimidación. Sobre todo porque los destinatarios de esa exigencia representan unas organizaciones con unos militantes que los substituirán por otros de muy similar pensamiento y actuación. Y sin contar el efecto que estos actos tienen en la represión que sufren los presos y presas. La aparente rapidez y contundencia de una actitud adoptada sin elementos materiales reales acaba siendo la mejor forma de entrar en una espiral de confusión dañina para el conjunto del movimiento. A la hora de tomar decisiones deben estar todos y sin coacciones. Es mucho lo que está en juego.
Tampoco ayuda la declaración de Rufian de que si él hubiese sido Puigdemont se hubiera quedado en Catalunya. Pudiera ser, desde luego, pero se trata de una cuestión contrafáctica, dado que Rufian no era ni es Puigdemont. La cuestión es el fondo del asunto y desde qué perspectiva se invoca. Si se hace desde una visión personal, poco hay que decir. Cada cual es cada cual. Si se hace desde una perspectiva política, el asunto cambia porque equivale a decir que el exilio de Puigdemont ha sido un error. Sin embargo, si algo ha quedado claro en el último año es que dicho exilio ha internacionalizado el procés y abierto el paso a la victoria del presidente sobre el Estado español y, en buena medida, a la de la República Catalana independiente. Y ello sin desmerecer un ápice el valor, la importancia y la eficacia de quienes están en la cárcel. Nadie es más que nadie en el viaje cap a la República.
Un viaje que solo llegará a feliz término si todos los independentistas viajan en el mismo tren, aunque sea en vagones distintos.