El balance de los últimos acontecimientos es inequívoco y en él hay coincidencia general. Ha sido un triunfo del presidente Puigdemont frente al Estado español. La comparecencia del sábado en Bruselas y Waterloo, histórica. Que los medios españoles la hayan silenciado lo prueba. Y con Puigdemont, el triunfo de lo que este representa: la legitimidad de la República Catalana, basada en la desobediencia al poder tiránico.
Una oleada de optimismo ha invadido el campo indepe. Partal, en Vilaweb se hace eco de las declaraciones de Emmerson, el abogado de Puigdemont en las Naciones Unidas, y lo eleva al cielo griffithiano del nacimiento de una nación. Sin ser Emmerson, Palinuro lleva una temporada diciéndolo: nacimiento de un Estado. Emmerson ve la independencia en poco tiempo. El círculo de Puigdemont en el exilio, en 2020. Es una idea general: el independentismo ha ganado la batalla exterior. Cot, en elMón.cat así lo cree en Puigdemont guanya a Waterloo, reconociendo que ha afirmado su liderazgo, ha puesto al PDeCat más o menos claramente a sus órdenes y ha obtenido un reconocimiento social general indudable.
Queda por ver cómo juegan esos factores para convertir el éxito exterior en otro interior, en el terreno práctico político, en el que se trata de hacer efectiva la República en un contexto de partidos. El atractivo original de la CNR descansa en dos puntos: es suprapartidista y transversal y tiene fecha de caducidad en el momento en que la República Catalana esté plenamente instalada. El triunvirato que la respalda, Puigdemont, Torra y Sánchez, da a entender la preeminencia de Puigdemont, de forma que la organización resulta ser eso, una Crida, un rassemblement.
Ahora bien, Puigdemont es al mismo tiempo militante del PDeCat, partido que, en su congreso ha rendido sus armas reticentemente ante la Crida y ha aceptado una confluencia con esta que, de momento, se ha configurado como un trasvase osmótico de militantes del PDeCat a la Crida, ignoro si manteniendo la doble militancia. Sea como sea, la relación entre el PDeCat y la Crida debe quedar clara desde el primer momento. La transversalidad de la Crida y el conjunto del movimiento significa que se cuenta con la derecha política, con la burguesía, como con la izquierda y la extrema izquierda anti-sistema. El PDeCat es el heredero refundado de Convergencia y representa esos intereses burgueses, tan defendibles desde el punto de vista de la nación como los de la extrema izquierda. Pero serán los intereses del PDeCat, no los de la Crida. Esta no puede representar intereses sectoriales algunos porque no es un partido político sino un movimiento cuyo éxito dependerá, precisamente, de que no sea visto como un partido político sino como un movimiento nacional, catalán. No haya susto con las palabras.
Sin duda el PDeCat puede apoyar a la Crida y hará bien; como también pueden hacerlo los demás partidos. Otra cosa es que quieran. Pero la Crida no puede ser la cobertura de ningún partido. Sin duda la forma más eficaz de probarlo es que el presidente Puigdemont, que lo es de la República en el exilio, abandone o, cuando menos, suspenda su militancia en el PDeCat. El presidente de la Crida Nacional per la República no puede ser militante de un partido.
Al mismo tiempo se tropieza con el hecho de que, sin embargo, el presidente Torra y sus consejeras/os, todos/as son de partidos. Lo lógico es que también lo sea el presidente de la República. Pero, dadas las excepcionales circunstacias, la unidad partidista del interior y el exterior no es necesaria ni conveniente. La mayor prueba de esa excepcionalidad es precisamente la Crida, cuyo apoyo es y deber ser social y transversal. Solo con esta condición cabrá hablar de la expectativa de la Crida de presentarse como lista de país o lista del presidente.