Las relaciones del Borbón con Catalunya parecen una ópera bufa. Cuando preside los Juegos Olímpicos del Mediterráneo hay que llenarle el estadio de partidarios de bandera, bocadillo y entrada gratis y aun así no cubre la mitad del aforo. Tampoco puede el hombre pasearse libremente por sus dominios, pues necesita un mapa de qué lugares lo tienen declarado persona non grata.
La entrega de los premios "Princesa de Girona" ha tenido lugar prácticamente en la clandestinidad, en mitad de la pradera, a respetable distancia de todo casco urbano en donde se concentran los catalanes de los CDR a organizar pitadas monárquicas. No ha asistido miembro alguno del govern ni ninguna otra autoridad civil, militar o eclesiástica. Escasamente han asistido los asistentes que, sin duda, deseaban de todo corazón encontrarse en otra parte.
No obstante, en ese empeño real por hacer ver que España es una monarquía democrática, Felipe de Borbón colocó a la audiencia un discurso almibarado y etéreo, mencionando las instituciones catalanas de autogobierno y hablando del orgullo de lo catalán. Eso sí, en fraternal relación y diálogo con lo castellano. Guste o no guste. Sigue en la onda autoritaria de su primer discurso de coronación, cuando reconoció generoso a los españoles el derecho a sentirse españoles como les diera la gana; pero no les reconoció el de no sentirse españoles.
Como ahora a los catalanes, condenados por su propio bien a entenderse con los castellanos. Y, atención, la referencia a Castilla, insólita en el discurso nacional español, evidencia la incapacidad de formular la situación en sus términos reales de España y Catalunya porque ello mostraría que Catalunya no es España. Y aun no siéndolo tiene que vivir "en diálogo" con ella porque lo ordena un rey en mitad de un páramo y contra cuya presencia se manifiesta en ese mismo momento una amplia muestra de la ciudadanía catalana. La ciudadanía de la Cataluña real, la que proporciona imágenes como la de la derecha, sacada de tuiter y que puede verse por cualquier parte en Catalunya.
El rey y sus cortesanos, los medios y el gobierno y la casi totalidad de la clase política española pueden seguir engañándose cerrando los ojos a una realidad aplastante: si en España la monarquía es tan poco popular que el CIS hace tres años que no pregunta por ella, en Catalunya es detestada, rechazada, ridiculizada y negada. Porque Catalunya es republicana. Y republicana en sentido cabal, no en el del cuentista que asegura ser un republicano que se siente muy a gusto con esta monarquía. Imagínese, con la monarquía y con esta monarquía.
Ya puede decir el rey en su burbuja que Catalunya será feliz en su diálogo con Castilla, o sea, España. La República Catalana, a fuer de República quiere romper con la monarquía y a fuer de catalana, romper con España. Es un proyecto frente al que España, su monarquía y su gobierno de turno no tienen respuesta.