Mi artículo de ayer en elMón.cat, titulado Joc entre republicans. Versa sobre esta delicada cuestión de la República. Durante años, Palinuro ha lucido en la columna de la derecha un Gif con una bandera republicana ondeante para proclamar su ardoroso republicanismo. Y muchas veces abordó el tema República, muy dolido de que la izquierda siempre adujera que no era el momento de plantear el asunto. Durante treinta años nunca fue el momento. Palinuro arrió la bandera de la república española y se sumó a la de la catalana. No por ello dejaba de simpatizar con la española, pero era y es evidente que no goza del apoyo de que debiera ni de quien debiera y sus perspectivas son más bien escasas. La República catalana es un hecho, en cambio. Y, por si alguno hubiere más purista del realismo de la lengua, cabe decir, una República in fieri. A partir de aquí, ese enclenque republicanismo español pudiera vigorizarse y ojalá que así fuera. Pero también podría suceder lo contrario. El republicanismo catalán es independentista y el español, me temo, a cambio de impedir la independencia de Catalunya está dispuesto a abandonar su ideal republicano.
Y así es difícil construir una República española.
Aquí el texto en castellano:
Entre republicanos anda el juego
El independentismo catalán es republicano y, por tanto, doblemente molesto, por independentista, para todos los españoles, y por republicano para los españoles monárquicos. No debiera serlo para estos últimos y, según sus esporádicas declaraciones, no lo es. Antes al contrario, se proclaman relaciones fraternales entre el republicanismo español y el catalán.
Ahora bien, así como el republicanismo catalán es consistente, pertinaz, masivo, transversal, mayoritario y muy activo y eficaz, el español es disperso, ocasional, minoritario y enclenque. No es un juicio despectivo ni apresurado. El pasado sábado hubo una consulta popular en el barrio madrileño de Vallecas para un referéndum a escala estatal sobre monarquía o república. Algo que venía a ser una especie de réplica de la mítica consulta independentista de Arenys de Munt en 2009, movida por la CUP, en la que votó más del 40% del censo y más del 92% lo hizo a favor del sí.
En el caso de Vallecas, y los datos son suyos, votó el 4,8% del censo y, de este, cerca del 90% lo hizo por la República. Señalar este dato no es malintencionado sino simplemente realista. Si en una zona como Vallecas esta consulta anima al 4,8% del electorado, en otros lugares será sin duda peor. Muchos arguyen que el referéndum vallecano se hizo sin medios, sin infraestructura, sin logística, cosa muy digna de tenerse en cuenta. Pero lo cierto es que ningún partido ni movimiento social de envergadura la apoyó. Y eso también tiene su significado a la hora de hablar del republicanismo español y calibrar sus posibilidades en comparación con el catalán.
Todos esperan que Vallecas funcione como una chispa que encienda la adormecida pradera republicana española. Pero ese deseo se formula sobre el fondo de una realidad muy desalentadora. Los datos son los que son. La causa republicana en España es de poco más que cenáculos literarios y depositarios de un viejo legado. Los partidos políticos son casi todos dinásticos. De modo directo (PP y C’s) o indirecto a través de algún descarado absurdo del tipo de que los republicanos se sienten muy a gusto con esta monarquía como en el PSOE. Quedan los indepes catalanes y los nacionalistas vascos y gallegos y queda Podemos, como siempre, nadando entre dos aguas. Piden que el rey someta su corona a referéndum, pero no mueven un dedo para hacerlo realidad, como se demuestra en el caso de Vallecas.
Y como el republicanismo español carece de vigor, se apunta el remedio de vincularlo a su rozagante hermano catalán utilizando diversos artilugios verbales como que la lucha por la República catalana es, en realidad, la vanguardia del republicanismo español. Y, aun más audazmente, el republicanismo español será el aliado natural del catalán.
Esta idea del republicanismo fraterno requiere reflexión. Por supuesto, el catalán aceptará siempre toda ayuda que proceda de España y demuestra –acaba de hacerlo- disposición a colaborar con la izquierda española, a la que presume más republicana que la derecha, de modo gratuito. Pero hasta ahí llega la colaboración. Porque, mientras no se demuestre lo contrario, el republicanismo español es más un desiderátum que una realidad.
Y sobre todo porque una hermandad más sentimental que real tropieza con dos inconvenientes que corresponde aclarar al republicanismo español, antes de incurrir en la habitual confusión que conduce al fracaso. Hay confusión histórica y confusión actual. La histórica no es preciso refrescarla, pues está en la memoria de todos: las relaciones de la Generalitat con la República españolas oscilaron entra malas y pésimas. Fue la República española la primera en encarcelar a Companys.
La confusión presente es más preocupante. El republicanismo español carece de pulso político. No hay siquiera un Partido Republicano en las Cortes. Los núcleos republicanos más activos suelen estar animados por comunistas y tanto estos como los que son más puramente republicanos son profundamente antindependentistas. El republicanismo español no existe y, en la medida en que existe, es antiindependentista e incluso anticatalanista.
No hay ni puede haber relaciones fructíferas entre los dos republicanismos, al menos mientras el catalán no deje de ser independentista o el español antiindependentista. Fraternales pueden ser. Siempre sin olvidar que hermanos eran Caíny Abel y Rómulo y Remo.